La luz de la mañana entraba por los ventanales como una cascada cálida, tiñendo de dorado los pasillos amplios de la empresa. Emma caminaba entre Ana Lucía y Maximiliano, sosteniéndoles las manos, con sus zapatillas blancas haciendo pequeños ruiditos sobre el mármol pulido. Tenía una sonrisa ancha, de esas que iluminan más que el sol, y sus ojos saltaban de un lado a otro, como si todo lo que la rodeaba fuera un mundo nuevo por descubrir.
—¡Huele raro aquí! —dijo, frunciendo la naricita.
Ana Lucía soltó una risa suave.
—Es el olor de la oficina, chiquita. A café, a impresoras, y a aire acondicionado —le dijo, bajando un poco la voz mientras se inclinaba hacia ella.
—Y a perfume de señor importante —agregó Emma, olfateando el aire frente al ascensor.
—¿Me estás diciendo que huelo a señor importante? —preguntó Maximiliano, fingiendo indignación.
Emma se llevó las manos a la boca, divertida.
—¡Sí! A ti y a todos los que pasan por aquí. ¡Huelen igualito!
Ana Lucía no pudo evitar mirarlo d