Capitulo 26

Maximiliano estaba allí, de pie, apoyado contra el marco como si fuera lo único que lo mantenía en equilibrio. La luz del pasillo trazaba un halo sobre su silueta alta, y su camisa blanca, arrugada, colgaba abierta por el cuello. El saco no estaba, y los botones superiores habían desaparecido en algún momento de la noche.

Ana entrecerró los ojos. Había algo extraño en su postura.

—¿Se encuentra bien, señor Santillana? —preguntó, saliendo del cuarto y cerrando la puerta con suavidad tras ella.

Él alzó la mirada con esfuerzo, y una media sonrisa torcida se dibujó en su rostro.

—¿Siempre hablas tan bajito o es por la hora? —bromeó con voz grave, arrastrada.

Ana alzó una ceja, notando entonces el tenue olor a alcohol que emanaba de su aliento. Whisky, reconoció al instante.

—¿Está... borracho?

—No —respondió con lentitud—. Estoy... lo suficientemente lúcido como para saber que tú no deberías verte tan bien a estas horas.

Ella bufó una risa incrédula, intentando disimular el sonrojo que le
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