38

Narrador Omnisciente

Cindy mantenía las manos firmes en el volante recorría las calles con la velocidad medida de alguien que sabía lo que estaba haciendo, pero que también entendía los riesgos. Su respiración estaba controlada, aunque la adrenalina bombeaba con fuerza en sus venas.

Las motocicletas aparecieron en su retrovisor apenas dos minutos después de haber salido. Cuatro sombras rápidas, agresivas, moviéndose entre los coches con la facilidad de depredadores en caza.

—Aquí vamos… —murmuró, y pisó el acelerador.

La primera moto se acercó rápido por el costado izquierdo. El conductor inclinó el cuerpo, queriendo forzarla a frenar. Cindy fingió que lo haría, soltando el acelerador por un segundo.

Error.

En el último momento, giró el volante bruscamente a la derecha, obligando a la moto a corregir. El motociclista perdió el control por un instante y tuvo que frenar, perdiendo valiosos segundos.

Pero no había tiempo para celebrar. Las otras tres motos seguían tras ella, presionando.

Apretó la mandíbula.

"Concéntrate. Recuerda lo que Marco te enseñó."

Uno de los motociclistas se adelantó y se puso justo frente a su coche. Iba a bloquearla. Cindy no lo pensó dos veces. Pisó el freno con violencia, obligándolo a girar su moto para no ser alcanzado, y cuando el camino quedó libre por una fracción de segundo, aceleró a fondo.

El rugido del motor se mezcló con el ruido de las bocinas y gritos de peatones que apenas alcanzaban a apartarse.

En su mente, esto seguía siendo parte del examen.

Cuando dobló una esquina, vio un bloqueo inesperado: una fila de camiones estacionados, probablemente parte del caos electoral. Cindy maldijo en voz baja y giró bruscamente el volante, desviándose a una calle lateral.

No estaba en el trayecto planeado.

Por un momento, pensó que esto era una prueba extra que Marco había puesto, un obstáculo sorpresa para medir su capacidad de improvisar.

Pero entonces, vio algo que la hizo sentir un escalofrío en la espalda.

Apenas unos metros más adelante, entre la multitud de manifestantes, había hombres con chalecos oscuros y miradas demasiado atentas. No eran policías. No eran manifestantes.

El miedo golpeó su pecho con fuerza.

Algo no estaba bien.

Y cuando vio a un hombre alto, vestido de negro, que miró en su dirección y habló por radio, supo que esto ya no era parte del examen.

«Puede que solo les haya alarmado la forma temeraria en la que se movía». Pensó

A pocas calles de ahí, Bruno giró el volante con fuerza y tomó un desvío en dirección al rastreador de Cindy. Sus ojos escaneaban el área con precisión, buscando cualquier señal de la FIAC.

Y entonces, la vio.

Cindy estaba unos metros más adelante, su coche moviéndose rápido entre el tráfico. Pero no estaba sola.

Dos camionetas negras y varias motocicletas no oficiales la seguían. Y lo peor…

Un grupo de agentes de la FIAC la estaba observando desde distintos puntos.

El teléfono de Cindy comenzó a sonar, pero ella no contestó. "Vamos, contesta", pensó Bruno, sintiendo la frustración crecer.

Uno de los agentes hizo contacto visual con él. Cuando Bruno le cruzó por al lado, fue casi a cámara lenta aquel contacto visual.

Bruno lo supo en ese instante.

Lo habían reconocido.

El agente habló por radio. Un segundo después, una patrulla sin identificación encendió las luces y aceleró hacia él.

Bruno apretó los dientes.

Esto se jodió.

Giró el volante bruscamente y cambió de dirección, obligando a la patrulla a seguirlo. Sabía que Cindy estaba en peligro, pero si él caía, ella quedaría atrapada sin nadie que pudiera protegerla.

Primero debo sacármelos de encima.

Aceleró, serpenteando entre el tráfico mientras las sirenas y motores rugían tras él.

Y mientras eso pasaba, Cindy entraba en su propia angustia.

Las motocicletas seguían tras ella. Cindy intentaba no entrar en pánico, pero ahora lo sabía: esto no era parte del entrenamiento.

Un coche oscuro se unió a la persecución. Era diferente a los que Marco había mencionado. Este no jugaba a bloquearla; este quería capturarla.

M****a.

Cindy sintió el pulso en su cuello, el calor del miedo empapándole la espalda.

No podía seguir por las calles principales. Tenía que perderlos.

Vio una salida y tomó la decisión en un instante. Giró el volante y se metió a la autopista, sintiendo la vibración del motor al empujar la velocidad al límite. El teléfono en su bolsillo vibraba, pero no tenía tiempo para contestarlo, mal, mal…

Ellos la siguieron.

Uno de los motociclistas emparejó su velocidad y sacó algo de su chaqueta. Cindy vio el reflejo metálico.

Una pistola.

La amenaza se volvió real.

El disparo impactó en el costado de la ventanilla izquierda amortiguado por el material blindado.

Su corazón se agitó.

Cindy hizo lo único que pudo hacer.

Giró el volante con fuerza y golpeó la motocicleta con el costado del coche. No eran los motociclista de Marco, de hecho a esos ya no los veía.

El motociclista perdió el control y se estrelló contra la barrera de seguridad.

Pero el resto seguía tras ella.

Sin escapatoria, vio una última opción: un barrio peligroso, calles estrechas.

Giró el volante y entró a toda velocidad.

El motor rugía mientras Cindy maniobraba a toda velocidad por las calles del barrio. Sabía que había cometido un error al desviarse, pero no tenía otra opción. La autopista la dejaba demasiado expuesta, y en las calles principales la FIAC la alcanzaría con facilidad.

Ahora estaba en un territorio que le recordaba demasiado a su infancia. Calles estrechas, fachadas descuidadas, niños jugando en las aceras, autos estacionados de forma caótica. Era un barrio peligroso, de esos donde la policía solo entra en grupos y bien armados.

Pero nada de eso importaba ahora.

Las motos aún la perseguían, y el coche oscuro no se detenía. El móvil le volvió a vibrar, y en un intento por atenderlo se les resbaló de las manos cayendo a sus pies.

Joder… pensó.

Cindy sintió el temblor en sus manos y el sudor resbalando por su espalda, pero se obligó a respirar.

"No voy a caer aquí. No puedo fallar ahora”.

Giró bruscamente en una esquina y casi atropelló a un grupo de personas que estaban reunidas junto a un puesto de comida callejera. Los gritos de protesta apenas llegaron a sus oídos. Solo pensaba en salir de ahí.

Sin embargo, cuando tomó la siguiente curva, lo vio.

Un callejón sin salida.

Frenó de golpe, las llantas rechinando contra el pavimento.

—¡Mierda! —jadeó, golpeando el volante con frustración.

Miró por el retrovisor. Los hombres en una camioneta que se leía FIAC bajaban de las motos y el coche. Ya no estaban jugando. El sonido de helicópteros cercanos se hicieron presente sobre volando la zona.

Su corazón latía con fuerza. Tenía que moverse. Ya.

Salió del coche de un salto y corrió sin pensarlo.

A varias calles de ahí, Bruno lograba perder a la patrulla que lo seguía. Condujo por una zona comercial, metiéndose en un estacionamiento techado y apagando el motor. Él no quería desatar una balacera si ella estaba en medio.

Contuvo la respiración.

A través del espejo lateral vio cómo la patrulla pasaba de largo.

Esperó unos segundos, luego encendió de nuevo el rastreador.

Cindy se estaba moviendo a pie.

Bruno maldijo en voz baja y salió del estacionamiento a toda velocidad.

—Me la van alcanzar.

Sabía que la FIAC no se detendría hasta atraparla. Y si eso pasaba…

Cindy corrió por el callejón con el sonido de pasos pesados tras ella.

Su mente trabajaba rápido. No podía quedarse en el suelo, no podía dejar que la atraparan.

Vio una escalera metálica pegada a la pared de un edificio. Sin pensarlo, saltó y se sujetó del primer peldaño. Sus brazos temblaron, pero con la adrenalina logró impulsarse y subir.

—¡Deténganla! —gritó uno de los agentes abajo.

Dispararon.

El sonido del proyectil golpeando el metal la hizo estremecerse, pero no se detuvo. Subió con todas sus fuerzas, sus piernas quemando por el esfuerzo.

Llegó al tejado y no se detuvo a pensar. Saltó y corrió.

Los techos eran irregulares, con saltos peligrosos entre ellos. Cindy no tenía opción. Con el miedo acelerándole el pulso, saltó el primer espacio entre edificios.

Aterrizó mal.

Rodó y sintió el dolor en su hombro derecho.

—¡No te detengas! —se dijo a sí misma en un jadeo.

Siguió corriendo.

Desde el tejado podía ver los autos patrullando las calles y los agentes moviéndose como sombras en el suelo. No iban a rendirse.

Pero ella tampoco.

Saltó otro espacio, esta vez cayendo de pie, aunque sintiendo el impacto en sus rodillas.

Más disparos.

Su respiración era agitada. Su cuerpo dolía. Pero su mente solo tenía una orden: No dejarse cazar, pensaba una y otra vez en todo lo que le enseñó Marco.

Sentía como alguien la seguía saltando entre tejado tras ella, el ladrido rebelde de algunos perros y el movimiento brusco de algunos oficiales que la perseguían desde abajo.

Ellos estaban desesperados, le estaba costando, en su lógica no tenía sentido que ella aún le estuviera dando guerra.

Cuando llegó al último tejado donde ya no podría saltar comenzó a descender rápido y nerviosa.

Tocó suelo y se echó a correr entre callejones, no veía nada, ni a nadie. Giraba, corría, empujaba a cualquiera que se le metía enfrente.

Hasta que llegó a un cruce, al final vio a la camioneta que la perseguía, esperaba, con agentes con armas alzadas y del otro extremo creyó escuchar motos, posiblemente de ellos también.

Se sintió acorralada.

Hasta que lo vio.

Una alcantarilla abierta.

Sin dudarlo, corrió hacia ella.

Sus pisadas eran fuerte, no estaba segura de lo que iba hacer. Y para sorpresa de los agentes que no se esperaban aquello, se vieron obligados a correr rápido hacia ella.

—¡Actúa! —gritó la orden de alguno—. La vamos a perder, actúa, ¡Rápido!

Cindy sintió un pinchazo en el brazo.

Su reacción fue automática. Se arrancó el objeto con rabia. Lo miró. Un dardo.

Sus piernas se sintieron pesadas.

No.

No ahora.

Intentó dar otro paso, pero su visión se nubló.

La alcantarilla estaba a unos metros. Solo un poco más…

Sus piernas cedieron.

El mundo giró.

Cindy cayó al suelo con un golpe seco. Su respiración, que antes era frenética, comenzó a ralentizarse. Sentía su cuerpo pesado, sus párpados luchando por permanecer abiertos, pero el sedante ya estaba haciendo su efecto.

Apenas distinguió las figuras acercándose. Sombras borrosas. Voces distantes.

—¿La tenemos? —preguntó alguien con tono firme.

—Sí. Está fuera de combate.

Unos brazos la levantaron, y su cabeza se inclinó hacia un lado, sin fuerza.

—Movámonos. Bruno Delacroix está cerca.

Eso fue lo último que escuchó antes de que todo se desvaneciera.

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