Miradas que arden

Cindy

La jornada había sido una montaña rusa. Cada vez que pensaba que las cosas se estabilizaban, algo o alguien me empujaba al límite de mis nervios. Y no era solo el lugar; era yo misma. Había tenido que contenerme más de lo que creía posible, mordiéndome la lengua para no soltar comentarios que me habrían costado el trabajo. Había sobrevivido, pero la sensación de haber caminado por una cuerda floja todo el tiempo me pesaba.

Al llegar al vestuario, empujé la puerta con el hombro y me encontré con Rocío, ya vestida con su ropa casual. Estaba sentada en uno de los bancos, concentrada en su teléfono. Probablemente viendo algo en redes sociales. Me detuve un segundo en la entrada, soltando un suspiro largo, y el sonido hizo que ella alzara la vista.

—¡Por fin! —exclamó, poniéndose de pie como si tuviera un resorte. Su expresión pasó de alivio a curiosidad mientras cruzaba los brazos—. Bueno, ¿qué tal?

Me dejé caer en el banco junto a donde estaba sentada y comencé a desabrocharme los zapatos.

—Complicado, pero he sobrevivido. —Me reí suavemente, aunque era más una risa de alivio que de diversión—. Deberían llamar a esa zona "el rincón de los pervertidos".

Rocío soltó una carcajada y asintió.

—Te lo advertí. Ese lugar es complicado. Pero... —Me miró con atención, como si estuviera evaluando mi estado—. Mírate. Lo lograste.

—A duras penas —admití, quitándome los zapatos y empezando a sacar las propinas que había acumulado durante la noche. Al principio, lo hacía distraídamente, pero cuando vi los billetes apilándose en mis manos, mis ojos se iluminaron—. Bueno, no todo fue tan malo. Mira esto.

Extendí los billetes hacia Rocío, y su cara se transformó en una mezcla de asombro y entusiasmo.

—¡Dios! ¿Todo eso hiciste?

—Parece que sí. —Sonreí, dejando que el cansancio se deslizara un poco mientras contábamos juntas las propinas.

Rocío también sacó lo que había ganado, y entre risas empezamos a sumar nuestros billetes como si hubiéramos ganado la lotería.

—No está mal para una primera noche —dijo Rocío, guardando su parte con cuidado.

—Si seguimos así en unos meses podemos comprar un apartamento —fantasee.

—Al menos uno más grande y en una zona menos chunga en el barrio —añadió Rocío.

Asentí.

Con no tener que preocuparnos por la renta para mí era de momento suficiente, la comida era mucho más fácil de apañar.

Cuando finalmente salimos del casino, el aire fresco me golpeó la cara y sentí que podía respirar otra vez. Había algo liberador en dejar atrás ese lugar, aunque sabía que al día siguiente estaría de vuelta.

—Pensé que ya te habías metido en problemas serios —comentó Rocío mientras caminábamos juntas por las calles semi desiertas. Su tono era ligero, pero había un trasfondo de preocupación real.

Solté una carcajada, aunque en el fondo sabía que tenía razón.

—No me subestimes tanto. Pero... bueno, no voy a mentir, estuve a punto varias veces.

—Te creo. —Rocío asintió, con esa mirada de quien sabe exactamente de lo que habla—. Pero, por lo visto, no recibimos ninguna queja de ti esta noche. Frédéric no dijo nada, y créeme, si algo hubiera salido mal, ya lo sabrías. Eso es un buen comienzo.

—Pues que así siga. —Sonreí, pero la sensación de haber estado caminando en la cuerda floja todo el día no se iba del todo.

Caminamos juntas un rato más hasta que Rocío se detuvo en una esquina.

—Voy a ver a alguien —dijo Rocío con una sonrisa que intentaba ser casual, pero yo la conocía demasiado bien.

—Ah, claro —respondí, alzando las cejas con una media sonrisa—. ¿Ese alguien tiene algo que ver con el chico con el que te estabas besando ayer?

Rocío soltó una risa suave, sin confirmar ni negar nada, pero su expresión lo decía todo.

—Tal vez. —Se encogió de hombros antes de mirarme con un poco de seriedad—. Tú cuídate, ¿vale? No quiero que te pase nada mientras llegas a casa.

—Sí, mamá —respondí con sarcasmo, aunque su preocupación me reconfortaba un poco.

—Te lo digo en serio, Cindy. Ya sé que puedes cuidar de ti misma, pero este barrio puede ser un asco a estas horas.

—Lo sé, lo sé. —Le sonreí con sinceridad y asentí. Rocío tomó un desvío por un callejón mientras me hacía un gesto con la mano.

—No tardaré mucho. Te llevaré algo para cenar si encuentro algo decente en la calle.

—Trato hecho. No te pierdas.

—Tú tampoco. —Se giró y desapareció entre las sombras del callejón, dejándome sola con mis pensamientos.

El silencio de la noche se hacía más denso con cada paso. Las luces parpadeantes de los postes iluminaban la calle lo justo para ver por dónde caminaba, pero la soledad era más un refugio que una amenaza en ese momento. O al menos eso intentaba convencerme. 

Caminé, con las manos metidas en los bolsillos y la mente enredada en un pensamiento que no quería tener.

Ese hombre.

El señor castaño claro, de barba perfectamente recortada, ojos penetrantes y una presencia que podía llenar toda una sala. Era imposible sacarlo de mi cabeza, y no porque quisiera recordarlo, sino porque mi cuerpo parecía haberse quedado atrapado en la sensación que me provocó.

Estaba vestido con un traje impecable, pero no era como los otros tipos trajeados que veía de vez en cuando, observando lo que hacían. No, él era diferente. Su físico lo delataba: fornido, con tatuajes asomando discretamente por el cuello de la camisa. Había algo en él que gritaba peligro, poder y un control absoluto de todo lo que lo rodeaba.

Sin quererlo se me escapó una suave risa al recordar el ridículo que hice al responderle aquello: Espero que no piense comerme, señor.

Solté una carcajada, seguro que se burló de mi ante ese comentario. «Él dejaba mi mente en blanco».

También me ponía nerviosa eran esos ojos, esa mirada me había atrapado. Era como si me hubiera desnudado, como si hubiera leído cada uno de mis pensamientos sin decir una palabra.

Suspiré, cerrando los ojos un segundo con fuerza.

Lo más extraño era que esa sensación de sentirme desnuda ante él, no me había disgustado. Me había puesto nerviosa, sí. Me había hecho sentir pequeña, vulnerable, incluso intimidada. Pero también había despertado algo... Algo que no quería analizar demasiado porque… no quería saber la respuesta.

Y, sin embargo, lo que sentí no era algo que pudiera ignorar tan fácilmente. Había estado a punto de tartamudear cuando me habló, pero me había forzado a mantener la compostura, a no mostrarle cuánto me afectaba su presencia.

Pero no podía engañarme. Había algo en él que no era normal. Su presencia era casi opresiva, como si todos a su alrededor fueran meros accesorios en un escenario diseñado exclusivamente para él. Y yo… yo me sentí como una pieza insignificante de ese escenario.

El problema era que no entendía por qué me afectaba tanto. No era el primer cliente que me miraba de esa manera. En este lugar había tipos que creían que podían comprarlo todo, incluso a las personas.

Pero este hombre no sé, quizás solo… no sé, no lo tenía claro.

Caminé despacio y doblé en la esquina cerca a mi departamento, el eco de mis pasos acompañando mis pensamientos.

El aire frío intentaba calmarme, pero no había forma de apaciguar el incendio que sentía en mi interior.

¿Será un cliente habitual?

Ese hombre me había mirado como nadie lo había hecho antes. Como si en un instante pudiera poseerme sin siquiera tocarme.

Había algo en él que exudaba un poder absoluto, una confianza arrolladora que hacía que todo mi cuerpo respondiera de una forma que me asustaba admitir.

Era más que el ajuste de su traje sobre esos hombros anchos, más que las líneas de sus tatuajes que asomaban bajo el cuello de su camisa. Era su aura, ese aire peligroso que hacía que cada fibra de mi ser lo percibiera como una amenaza… y al mismo tiempo, como una tentación irresistible.

Mi piel aún hormigueaba, como si su mirada hubiera dejado una marca invisible. Nunca me había sentido así antes, tan vulnerable y tan consciente de mi cuerpo al mismo tiempo. Había un calor entre mis piernas, una tensión que no quería aceptar pero que no podía ignorar.

Me mordí el labio, intentando borrar el recuerdo de su sonrisa apenas curvada, esa expresión que parecía un desafío y una promesa.

¿Y si…?

El pensamiento me golpeó antes de que pudiera detenerlo. ¿Y si me hubiera acercado un poco más? ¿Si me hubiera hablado de otra forma, algo más directo? ¿Si su mano, esa mano fuerte que noté al levantar su vaso, se hubiera estrellado en una nalgada, justo con aquella falda?

El solo imaginarlo me hizo respirar más rápido. ¿Qué se sentiría tenerlo tan cerca? ¿Sentir el peso de su cuerpo contra el mío?

Sacudí la cabeza, avergonzada de mí misma. Era absurdo. Era un hombre que nunca me miraría dos veces fuera de este casino, alguien con un mundo tan distinto al mío que ni siquiera tendría sentido pensarlo.

Pero mi cuerpo no entendía de lógica. Solo sabía que lo había deseado, aunque fuera por un instante, más allá de lo correcto.

Cerré los ojos, pero eso solo empeoró las cosas. Podía imaginarlo inclinándose sobre mí, su aliento cálido contra mi cuello, su voz grave susurrándome algo que nunca le contaría a nadie. Sus manos, grandes y firmes, recorriendo mi piel con la seguridad de alguien que siempre obtiene lo que quiere.

Mis mejillas ardieron. Esto no podía ser normal. No podía ser yo. Pero ahí estaba, atrapada en esta fantasía que no tenía lugar en mi vida.

La frase de aquel chico en el Nightfall volvió a mí de repente:—Tienes nombre de puta.

¿Y si tenía razón?

Me había hecho mojar las bragas con solo hablarme. 

Me sentía como una zorra por estar deseando a aquel hombre de una manera tan morbosa. Lo más sucio que había hecho era ver unos vídeos para adultos en mi teléfono y masturbarme después.

Nunca he sido una chica recatada, nunca me ha importado hablar de sexo, pero tampoco era una guarra, yo me consideraba en el punto medio: ni santa, ni diabla. Creo que como todo el mundo, a veces pensaba una que otra cochinada, pero nunca lo llevaba acabo. Solo eran fantasías.

Pero, el olor a perfume caro, poder y peligro en ese hombre me excitaba.

Me mordí el labio inferior. «Y también deseaba cosas raras».

Fantasías muy sucias.

Cálmate… Respiré. Desear no tiene nada de malo. Eso no me hace una cualquiera. Me dije.

Me detuve en seco, al llegar a mi casa, entré, subí las escaleras y cerré la puerta con un suspiro. Fui directo a mi habitación y me dejé caer en la cama.

Había sido una noche de constantes controles, de contener mi carácter, de medir cada palabra, cada gesto. Había sobrevivido, sí, pero sentía que me había dejado parte de mí misma en el proceso.

Me di un baño rápido y me acosté en la cama. Mientras esperaba a Rocío, entré a I*******m, intentando ocupar mi mente en otras cosas.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP