Cindy
Día siguiente Estaba sumida en un sueño profundo cuando sentí el crujir de la puerta de mi habitación. La luz del pasillo se coló por la rendija, molestando ligeramente mi rostro. Todavía medio dormida, escuché unos pasos suaves, seguidos por el aroma inconfundible de algo caliente y sabroso. Apenas abrí los ojos y me encontré con Rocío entrando con un plato en las manos. —Levántate, que ya son las tres de la tarde —me dijo con ese tono juguetón que solo ella podía usar para regañarme sin hacerme sentir mal. —Déjame en paz —respondí, entre sueños, girándome en la cama mientras abrazaba mi almohada. Pero el olor a berenjenas rellenas era demasiado tentador. Rocío se acercó, ignorando por completo mi protesta. Se sentó al borde de la cama y colocó el plato justo frente a mí, invadiendo mi espacio de descanso. —No te hagas la difícil. Come algo. Te traje berenjenas rellenas de carne. Están buenísimas. Abrí los ojos del todo, sintiéndome como una niña a la que le acaban de quitar las cobijas. Rocío me observaba con esa mezcla de paciencia y autoridad que había desarrollado con los años. Agarré el plato, resignada, y me senté contra el cabecero. —¿Qué traes? —preguntó de repente. —Nada —respondí automáticamente, sin mucho ánimo de dar explicaciones. Me senté en la cama y tomé el plato me puse a comer y Rocío salió. Después entró y se sentó en mi cama. Estaba viendo una serie en mi teléfono para matar el tiempo. Sin embargo, mi mente estaba en otro lugar. Rocío no se dejó convencer por mi respuesta. Me conocía demasiado bien. Se acomodó a mi lado en la cama, cruzando las piernas como si estuviera a punto de interrogarme. —Estás muy callada desde anoche —comentó, mirando de reojo la pantalla de mi teléfono—. ¿Es por lo que te hizo la perra de Brenda? Solté una risita corta, más por aburrimiento que por diversión, y negué con la cabeza. Aunque lo de Brenda había sido un golpe bajo, no era lo que realmente me tenía distraída. Mi mente volvía constantemente a Bruno, a su mirada intensa, a cómo me había hecho sentir. Y, en qué hoy no le vería. —No es por Brenda —dije con un tono aburrido, apartando el plato vacío y dejando el teléfono a un lado—. Esa mujer no me importa. Aunque ya te digo que es la siguiente en mi lista negra después de Raúl. Rocío soltó una carcajada exagerada, como si quisiera quitarle peso al asunto. —Bueno, al menos hoy no tendrás que lidiar con ella —dijo, recostándose en la cama—. Las dos tenemos el día libre, así que aprovecha para relajarte. —Mejor así —respondí, dejándome caer de nuevo sobre las almohadas. Pasamos el resto de la tarde viendo una película. Rocío siempre insistía en escoger lo que veríamos. Al final, terminamos viendo una mezcla de ambas cosas, pero mi atención iba y venía. La película estaba a punto de terminar cuando Rocío, de la nada, apagó el televisor y se giró hacia mí con una sonrisa traviesa. —Vamos a salir. —¿Qué? No. No tengo ganas de salir. —Anda, no seas aguafiestas. Vamos al bar de Toni. —¿El bar de Toni? —repetí, mirándola como si estuviera loca—. Ya no trabajo para él, Rocío. Las cosas no terminaron bien. —Exacto, ya no es tu jefe, así que no hay problema —respondió con una sonrisa amplia—. Además, es el mejor sitio que tenemos por aquí. Rodé los ojos, pero sabía que Rocío no iba a aceptar un no por respuesta. Era imposible resistirse cuando tenía una idea en mente. Después de varios minutos de insistencia, finalmente cedí. —Está bien, pero tú eliges mi ropa. Por qué no tengo ánimos de nada. —¡Hecho! —exclamó, saltando de la cama con entusiasmo. Me levanté con desgana y la seguí hasta mi armario. Rocío empezó a sacar vestidos y blusas mientras yo me sentaba en el borde de la cama, observando cómo su energía parecía contagiarse. Al final, eligió un vestido negro ajustado que yo apenas recordaba tener. —Esto. Es perfecto. —Es demasiado… —empecé a protestar, pero Rocío me interrumpió. —Es perfecto. Ponte eso y déjate de tonterías. Suspiré y me dirigí al baño para arreglarme. Me aseé y cuando salí, Rocío ya estaba lista, luciendo un conjunto que realzaba sus curvas. Su sonrisa satisfecha al verme con el vestido negro me hizo rodar los ojos nuevamente, aunque no pude evitar sonreír un poco. —Estás —arqueó una ceja—. No van a dejar de mirarte el culo. Si no te comes el mundo esta noche, no sé qué más pueda hacer por ti. —No exageres —respondí, aunque mi tono era más relajado. No era demasiado tarde apenas estaba cayendo la noche. Caminamos al bar de Toni y nos sentamos en la barra. Mia me sonrió. Las luces, el ambiente y el sonido de las risas llenaron mis sentidos. Por un momento, logré olvidarme de todo lo demás y simplemente me dejé llevar No me gustaba está sensación de sentir que me faltaba algo o alguien. El bar de Toni estaba en su punto álgido. Las luces neón creaban un ambiente vibrante, y el sonido de la música envolvía cada rincón del lugar. Rocío se movía con su habitual confianza, su estilo único atrayendo algunas miradas mientras nos dirigíamos a la barra. Mia, la bartender, me lanzó una sonrisa al vernos acercarnos. —¿Qué les sirvo? —preguntó, inclinándose sobre la barra con un aire relajado. Rocío tomó la iniciativa, como siempre. —Dos gin-tonics para empezar —respondió, dándole un guiño. Yo asentí en silencio, dejando que Rocío manejara la situación mientras observaba el lugar. Toni estaba al otro lado de la barra, sirviendo tragos y charlando con un grupo de clientes. Su mirada pasó por nosotras un momento, pero no dijo nada. Me sentí agradecida por ello; la última cosa que necesitaba era una conversación incómoda. Cuando Mia nos entregó las copas, Rocío levantó la suya en un brindis. —Por las noches libres y las oportunidades para olvidar a los imbéciles —declaró, chocando su vaso contra el mío. —Por eso —respondí, esbozando una sonrisa. Sin saber realmente a qué imbéciles se refería. El primer sorbo del gin-tonic fue refrescante, y poco a poco comencé a relajarme. La música cambió a un ritmo más animado, y Rocío me lanzó una mirada significativa. —No vamos a quedarnos aquí sentadas toda la noche —dijo, agarrando su bebida y señalando hacia la pista de baile—. Termina eso y ven conmigo. Me reí, aunque me sentía un poco reacia. —Dame un minuto. Rocío rodó los ojos pero me dejó tranquila por el momento. Se levantó y se unió a un grupo que ya estaba en la pista, moviéndose con una confianza que parecía atraer todas las miradas. Me quedé en la barra, tomando mi trago y disfrutando del ambiente. Fue entonces cuando lo noté. Un tipo alto, de cabello castaño desordenado y mandíbula marcada, estaba apoyado cerca de la barra, observándome con una sonrisa discreta. Llevaba una camisa blanca ajustada y jeans oscuros que le daban un aire relajado pero atractivo. —¿Qué tal la noche? —preguntó cuando se acercó, su voz profunda resonando sobre la música. Lo miré. —Bastante bien —respondí, manteniendo un tono neutral mientras daba otro sorbo a mi bebida. —No te veía disfrutar demasiado hace un rato. Pensé que necesitabas algo de compañía para animarte. Sonreí ligeramente. —¿Y tú eres esa compañía? Él soltó una risa suave, inclinándose un poco hacia mí. —Podría serlo. ¿Te gustaría bailar? Miré hacia la pista, donde Rocío seguía moviéndose con desenfreno, y luego de vuelta a él. —Ven —respondí, dejando mi vaso en la barra. Él extendió una mano, y la tomé sin pensar demasiado. Caminamos hacia la pista, donde la música pulsaba como un latido constante. Tan pronto como llegamos, me guió con movimientos suaves pero decididos. —Eres buena —dijo después de unos minutos, su voz cerca de mi oído para que pudiera escucharlo. —Tú tampoco estás tan mal —respondí, sonriendo mientras me dejaba llevar por el ritmo. Los tragos anteriores y la energía del lugar empezaron a surtir efecto. Me sentía más relajada, más ligera. Bailamos varias canciones, perdiéndonos en el ritmo y la atmósfera electrizante. Él era hábil, lo suficiente como para mantener el paso sin ser demasiado llamativo. En algún momento, Rocío apareció junto a nosotros, riendo mientras levantaba su vaso hacia mí en un gesto de aprobación. —¡Eso es, Cindy! Así se hace. Rodé los ojos, aunque no pude evitar reír. Ya estaba muy bebida. Mi compañero de baile también sonrió, inclinándose hacia mí. —¿Amiga tuya? —Más bien mi jefa no oficial —respondí con un toque de humor. Seguimos bailando hasta que el calor y el esfuerzo empezaron a pasar factura. Cuando finalmente nos detuvimos, él me acompañó de vuelta a la barra. —¿Otra ronda? —preguntó, señalando hacia Mia. Asentí, sintiendo cómo mi ánimo había cambiado por completo desde que llegué. —Claro, ¿por qué no?