Brenda
Ya estaba fuera del casino con las manos apretadas en puños. La humillación me quemaba por dentro, pero lo que más me dolía era la impotencia. Cindy… Todo esto era por culpa de Cindy. Esa perra me la pagará, apenas vuelva a la zona VIP, le haré la vida imposible. Sentía que ella no me había hecho nada directamente pero una parte de mí no podía evitar odiarla. No tiene ni una semana a aquí y ya barrió el suelo con mi ego. Seguro que estuvo de zorra con el jefe desde el primer día. Sino por qué más iba a querer que ella le atienda. No dudo que haya estado mostrándole las bragas con gestos obscenos y posturas exageradas al atender su mesa. Se le ve que es una puta barata. Una vez intenté hacer eso, intenté moverme sensual y empinar las nalgas para que me notara, y él no hizo mas que decirme que moviera mi culo fuera de su presencia, ese día sentí vergüenza y dejé de hacer eso. Pero parece que a Cindy si le funcionó. Era eso no había otra explicación. ¡Dios! Cómo la odiaba. Me detuve al filo de la carretera esperando ver un taxi cruzar. Apoyé mi espalda contra el poste de una lámpara, cruzando los brazos mientras trataba de ignorar el temblor en mis manos. Todo lo ocurrido en las últimas horas me tenía con los nervios de punta, y solo quería llegar a casa, olvidarme de todo y dormir. De repente, algo perturbó la calma. Un movimiento de coches al fondo de la calle llamó mi atención. Fruncí el ceño, enderezándome mientras mis ojos buscaban con insistencia el origen del ruido. Entonces escuché un grito. Era una orden, estoy segura, pero la distancia hizo que las palabras se perdieran en el aire, quedando como un eco lejano y confuso. Mi respiración se volvió más pesada, y un escalofrío recorrió mi columna. Miré hacia el estacionamiento trasero del casino, el lugar donde habitualmente descargaban mercancías. Al principio, pensé que era uno de los encargados trabajando fuera de horario, pero lo que vi me dejó helada. Un hombre salió empujando una carretilla, y sobre ella había una bolsa negra de gran tamaño, demasiado grande y demasiado… ¿humana? Me llevé una mano a la boca, conteniendo un jadeo mientras retrocedía lentamente. Mi pie tropezó con algo, y me acuclillé detrás de un arbusto grande y fornido que estaba cerca de mí. Desde mi escondite, observé cómo aquel hombre empujaba la carretilla con paso firme, como si nada estuviera fuera de lo normal. Mi corazón latía con fuerza desbocada, golpeándome las costillas con tanta fuerza que pensé que se escucharía en el silencio de la madrugada. El tipo se detuvo frente a un conteiner. Sacó un teléfono y marcó algo, manteniéndose quieto mientras esperaba. Las palabras que salieron de su boca eran ininteligibles desde donde estaba, pero su tono era grave, autoritario. Mi mente corría, buscando una explicación lógica para lo que estaba viendo, pero cada teoría que se me ocurría parecía más absurda que la anterior. Entonces, un taxi pasó frente a mí. Fue como una señal de escape, una oportunidad para correr de allí y olvidarme de lo que acababa de presenciar. Pero mis piernas no respondieron. Estaban rígidas, temblando como si no fueran mías. Mis dedos se aferraron al arbusto, mientras me decía a mí misma que solo era basura, que no había nada de qué preocuparse. Pero algo dentro de mí sabía que no era solo eso. No habían pasado ni quince minutos cuando un camión de basura apareció por la misma calle. Se detuvo junto al conteiner, y el conductor bajó con calma. Intercambió algunas palabras con el hombre de la carretilla, como si todo aquello fuera parte de una rutina. Los observé mientras se acercaban al conteiner. Ambos sujetaron la bolsa negra y la lanzaron al camión como si fuera cualquier desecho. Mis manos se aferraron con fuerza al arbusto, mis uñas clavándose en la corteza. Todo mi cuerpo temblaba, incapaz de procesar lo que acababa de ver. Cuando el camión arrancó y desapareció en la distancia, el hombre de la carretilla se quedó unos segundos en silencio. Parecía asegurarse de que todo estaba en orden antes de girarse y regresar al casino. Cuando me recuperé quizás diez minutos después, me levanté aún temblorosa y me eché a correr sin rumbo.