Calvin Monteverde
La miré a los ojos, sintiendo una punzada de dolor en el pecho. A pesar de lo hijo de puta que había sido con ella, de las dos mujeres que embaracé y que ella desconocía, ella era la oficial la madre de mi primer hijo y la mujer que elegiría sobre las demás. —Yo haré lo que tenga que hacer. Pero a partir de ahora, mi prioridad eres tú y el niño. Y haré lo que sea necesario para que estén a salvo. —¿No piensas venir con nosotros? Patricia se quedó inmóvil, con la caja en sus manos, como si pesara toneladas. Sus ojos se clavaban en mí, buscando respuestas que yo no podía darle. La vi estremecerse, ya no era solo por el frío, sino por el terror que emanaba de cada palabra que había dicho. No podía culparla. Había arruinado todo. —Calvin... —Su voz tembló, rota—. ¿Y si algo te pasa? ¿Qué hago entonces? Aparté la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos. Había jugado con fuego demasiado tiempo, creyendo que mi nombre, mi poder, y mis recursos me hacían intocable. Pero los Lobos de Hierro no eran cualquier enemigo. Y ahora mi familia estaba atrapada en mi red de decisiones erróneas. —No sabrás si algo me pasa por qué ya no volveremos a vernos. Cuando entres a la base de la FIAC tú única misión es cuidar de Daniel. Ella dio un paso hacia mí, con lágrimas resbalando por sus mejillas. —Calvin, no puedo hacerlo sola. No entiendo nada de esto. No sé en quién confiar. ¿Cómo esperas que me aleje de ti ahora? Mis hombros se tensaron al oír sus palabras. Lo que más quería era tomarla en mis brazos, asegurarle que todo estaría bien. Pero mentirle ahora sería más cruel que cualquier verdad. —No tienes elección, Patricia. —Mi voz salió más fría de lo que pretendía, pero era la única manera de que entendiera la gravedad de la situación—. Yo no puedo protegerte. No puedo protegerlos a ninguno de los dos. Ella sollozó, su pecho subiendo y bajando de manera descontrolada mientras se acercaba aún más. —¡¿Entonces por qué te metiste en esto?! —gritó de repente, golpeando mi pecho con sus puños. Su dolor era palpable, y cada golpe era como un puñal directo a mi alma—. ¿Por qué, Calvin? ¡Teníamos una vida, una familia! La dejé desahogarse. No había respuesta que pudiera darle que calmara ese dolor. Finalmente, sus golpes se detuvieron, y sus manos se deslizaron hasta quedarse colgando a sus lados. Estaba agotada, y yo también. Tomé aire profundamente, pasándome las manos por el rostro mientras trataba de organizar mis pensamientos. Había más que decir, más que hacer. Me acerqué a ella, poniendo una mano firme en su hombro. —Escúchame, Patricia —dije, mi tono más bajo pero igual de serio—. Sé que esto no tiene sentido ahora. Sé que todo parece una locura, pero tienes que confiar en mí. Esto no se trata solo de nosotros. Se trata de proteger a nuestro hijo, de asegurarnos de que tenga una vida, aunque sea lejos de mí. Ella negó con la cabeza, con los ojos hinchados de tanto llorar. Miré la hora y me alejé nervioso, volví a ella y la sujeté de la cabeza con ambas manos para que me mire. —Tienes que irte ahora, porque cada segundo aquí sus vidas entran en peligro. El fiero te va a llevar cerca de la base, yo no puedo ir. Ella solo me miraba en un trance que la dejaba casi muda. —Patricia, escucha con atención —le dije, con la voz más firme que pude reunir—. Lo que te voy a decir ahora es lo más importante que vas a escuchar en tu vida. Quiero que lo grabes en tu cabeza palabra por palabra, porque esto es lo único que puede salvarte a ti y al niño. —Cuando llegues a ellos —dije, despacio—. Vas a decirle que tienes información de Los Lobos de Hierro. Le dirás que: El juez Rubén es uno de ellos. Hay pruebas en ese USB, transferencias, reuniones secretas. También quiero que menciones a Bruno Delacroix. —Dije su nombre como un veneno—. Él maneja gran parte del tráfico de armas desde sus puertos y casinos. Hice una pausa, mirándola fijamente. No estaba seguro si estaba captando todo. —Y hay algo más. Thor. —El nombre salió como una maldición, un peso que cargaba desde que todo se me fue de las manos—. Es primo de Bruno. Los dos están conectados, Patricia. Son los peores monstruos con los que alguien podría cruzarse, y ahora quieren mi cabeza. Patricia cerró los ojos, su respiración temblorosa, como si al no verme pudiera escapar de lo que estaba escuchando. —¿Por qué me estás diciendo esto? —susurró—. ¿Por qué no lo haces tú? Me acerqué más a ella, obligándola a levantar la mirada. —Porque yo no puedo. La FIAC también querrá encerrarme porque también estoy mezclado en ciertos asuntos que… no son importantes ahora. Tú y el niño son lo único que importa ahora. Eres inocente, y tienes que usar eso. Recuerda cuando llegues a la FIAC, diles lo que te estoy diciendo, entrégales estas pruebas y exige entrar al programa de testigos protegidos. El fiero salió con Daniel de las manos y yo hice una señal para que suban los dos que irían con él, me despedí de mi hijo y besé a mi esposa aunque ella se resistía. No había tiempo que perder. Necesitaba esconderme y con los Lobos de hierro buscándote no había lugar en donde no pudieran encontrarte.