Mundo de ficçãoIniciar sessãoBruno
Sus labios aún sabían a fuego. El beso había sido profundo, lento al principio, como si quisiéramos saborearnos el uno al otro, como si el aire no existiera, como si no hubiera nada más allá de este instante. Pero luego… luego todo se volvió más voraz, más urgente. Cindy tenía ese efecto en mí, esa capacidad de desatar algo dentro de mi pecho que no lograba comprender del todo. Me tenía jodidamente cautivado. Me jodía porque me hacía sentir fuera de control. Cuando finalmente se separó, aún podía sentir el calor de su aliento sobre mis labios. Sus ojos brillaban con algo que no supe definir al instante, pero supe que estaba feliz. Lo veía en su rostro, en la forma en que sus labios se curvaban en una sonrisa que intentaba contener. Me gustaba. Me gustaba verla así. Ella se alejó, envuelta en la sábana de seda negra, con la piel aún desnuda bajo la tela. —Me encantas —confesó mirándome los labios. —Tu también a mí —admití. Sonrió con su rostro iluminado. Se alejó unos pasos hacia atrás, y luego levantó el cachorro antes de seguir su camino hacia el vestidor. Yo exhalé lentamente y pasé una mano por mi rostro. Todavía sentía la jodida presión de sus labios en los míos. Tomé mi teléfono y luego me dirigí hacia el armario tras de ella. Era grande, casi como otra habitación dentro de la nuestra. Antes estaba dominado por mis trajes, colores neutros, orden perfecto. Pero ahora… ahora había un lado que brillaba con colores que jamás pensé ver aquí dentro. Cindy había traído vida a este lugar. Había estantes con bolsos, zapatos, ropa que contrastaba brutalmente con la monotonía de mis prendas. Y me gustaba. Me gustaba verla ocupar mi espacio. Me gustaba saber que estaba aquí. Cindy cogió unos jeans ajustados y una blusa verde que apenas dejaba un atisbo de piel al descubierto que mostraba su ombligo. Lo justo para hacerme pensar en quitársela de nuevo. Yo, por mi parte, opté por algo simple: pantalón oscuro y un polo color plomo oscuro. Ella se sentó frente al tocador y comenzó a arreglarse el rostro, mientras yo cogía el teléfono y veía quién había llamado. Rodrigo. Un exmilitar. Alguien que solo me llamaba cuando era jodidamente necesario. Fruncí el ceño y me giré hacia Cindy. Ella seguía distraída, con el cachorro a sus pies, el jugaba con sus dedos. Me acerqué y dejé un beso en su cabello. —Voy a ver qué quiere —murmuré. Ella asintió, sin girarse, pero sonrió levemente. Di un paso hacia la puerta, pero antes de salir, su voz me detuvo. —Bruno. Me giré. —Gracias por el perro. Me gusta mucho, es como lo imaginé. Me quedé en silencio por un segundo. Mis ojos bajaron hasta el cachorro, que movía la cola, completamente ajeno a todo. Luego volví a mirarla. No dije nada. Solo asentí una vez antes de salir de la habitación. Bajé las escaleras con el móvil en la mano, pero no lo descolgué de inmediato. Dos de mis hombres estaban al pie de la escalera, y por la forma en la que me miraban, supe que era algo importante. —¿Qué pasa? —pregunté, llegando a su altura, con voz baja pero firme. Uno de ellos se aclaró la garganta. —Hay alguien que quiere verlo. No le hemos dejado pasar hasta que usted dé la orden. Mantuve mi expresión neutral, pero por dentro ya calculaba posibilidades. —¿Quién es? —No quiso decir su nombre. Pero dijo que traía “algo de su interés” para usted. Eso captó mi atención. Mis ojos se afilaron, pero antes de decir nada, escuché pasos suaves descendiendo las escaleras. Levanté una mano, indicándole a mis hombres que se callaran. Cindy. Venía bajando con el perro en brazos, su pelo suelto adornando su rostro, hasta el borde del final de su blusa justo en su cintura. Su blusa verde resaltaba contra su piel, y sus labios aún estaban curvados en esa maldita sonrisa que me gustaba demasiado. Sus ojos se posaron en mis hombres, y yo, sin decir palabra, le hice saber con la mirada que no quería que estuviera aquí. Ella captó el mensaje al instante. No dijo nada, solo continuó su camino hacia el pasillo, adentrándose por el estrecho que llevaba a la biblioteca. Esperé a escuchar el sonido de la puerta cerrándose tras ella, antes de volver mi atención a mis hombres. —Hagan que entre —ordené. No me moví mientras ellos salían a buscarlo. Sabía que Cindy era curiosa. Sabía que si me quedaba dentro de la casa, podría intentar escuchar. Y eso no iba a pasar. Mi mundo era oscuro y perverso. Y ella… ella era luz. No iba a permitir que se mezclaran. Yo no quería que se apague ni que nada me la apagara. Giré la vista hacia la puerta en la que se metió, y la vi meter la cabeza de golpe. Casi sonreí. Y preferí salir. Salí al exterior y me encontré con la escena. Mis hombres escoltaban a un sujeto, y en cuanto lo vi, lo reconocí. Rafa. El hermano de Calvin Monteverde. Tenía la ropa sucia, pero sus ojos brillaban con determinación. No como alguien derrotado, sino como alguien que había tomado una decisión irreversible. Y entonces lo hizo. Dejó caer algo a mis pies. Rodó pero no manchó el suelo, no era fresco. Una jodida cabeza.






