Mundo de ficçãoIniciar sessãoBruno
Miré el rostro inerte de Fiero, su expresión congelada en una mueca de sorpresa, y luego levanté la vista hacia Rafa. Él sostuvo mi mirada sin pestañear. —Este es mi boleto de entrada, Delacroix. Y tengo más que podría interesarte. Mi mandíbula se tensó. Porque entendí de inmediato lo que estaba diciendo. Quería unirse a mí. —Sé que tienes tus motivos para dudar —volvió hablar—. Pero así están mis cartas, mi hermano tomó sus decisiones y me embarró en su m****a, y ahora sus problemas me salpican, yo no tengo nada que ver en todo lo que él quería hacer, pero ahora van a ir por mi, gracias a él, el tomó decisiones y ahora mismo yo también lo estoy haciendo. Hice un gesto con la mano y mis hombres empezaron a revisarlo. Quería asegurarme de que no hubieran micrófonos pegados, que no estuviera armado, no quería sorpresas. Hice una seña para que lo revisarán. Empezaron a buscarle por todo el cuerpo. Me arrodillé con calma. La cabeza de Fiero yacía a mis pies, los ojos abiertos pero sin vida, la boca entreabierta en una mueca congelada de sorpresa. Su rostro estaba pálido, los labios azulados, y el corte en su cuello era limpio. No se trataba de un asesinato impulsivo o desprolijo; esto había sido planeado con precisión. Mis dedos se cerraron sobre su cabello ensangrentado, levantando un poco la cabeza para observarla mejor. Podía sentir el peso de la carne muerta en mi mano, el hedor metálico de la sangre seca en el aire. —Interesante —murmuré, girándola levemente de un lado a otro, como si estuviera evaluando una obra de arte. Entonces levanté la vista hacia Rafa. Él no desvió la mirada. No pestañeó. Eso me decía dos cosas: o estaba lo suficientemente desesperado para mantener la compostura, o tenía más que ofrecerme. Mis labios se curvaron en una sonrisa fría. —Dénsela a los lobos. Uno de mis hombres se inclinó, recogiendo la cabeza sin vacilar. La sangre ya había coagulado, así que no dejó rastro en el suelo. Se la llevó sin una sola palabra. Eran bestias no quedaría nada de ella . Incluso los perros estaban entrenados para despedazar lo que fuera. Rafa no mostró asco ni miedo. Seguía mirándome, con una expresión inescrutable. Mis hombres terminaron de revisarlo. —Nada —dijo uno de ellos—. Solo esto. Extendió un sobre. Lo tomé con calma, rompiendo el sello y deslizando los papeles fuera. Mi mirada recorrió las palabras con rapidez, filtrando la información. Y entonces me tensé. Era un jodido informe. Rafa había filtrado datos a la FIAC. Levanté la mirada hacia él, mi expresión se volvió de puro hielo. —Explícame esto —mi voz fue baja, letal. Mis hombres no esperaron órdenes. Se movieron al instante, sujetándolo por los brazos y empujándolo contra el suelo con violencia. Rafa gruñó, forcejeó, pero no sirvió de nada. —¡No es lo que piensas! —espetó, su voz firme, sin rastro de súplica—. ¡Déjame hablar! Me acerqué lentamente, observándolo con la paciencia de un depredador. —Dame una razón para no hacer que te arranquen la lengua ahora mismo. Él respiró hondo, luchando por mantenerse tranquilo. —Sí, ayudé a la FIAC. Sí, desvié dinero. Pero escucha bien esto, Delacroix: lo hice para lavar fondos en los casinos de Calvin. Nunca solté información sobre ti, ni sobre los Lobos de Hierro. Nunca traicioné. Me quedé en silencio, estudiándolo. Entonces hice un gesto con la mano. —Suéltelo. Mis hombres lo soltaron de inmediato, pero no con suavidad. Rafa se tambaleó, pero no cayó. Lo observé por un instante más, antes de acercarme hasta quedar a pocos centímetros de su rostro. —Todavía no estás dentro —le advertí, mi voz era baja pero afilada como un cuchillo—. Y aquí, la confianza se gana. No necesito ratas. No necesito traidores. Si descubro que me has mentido, que lo que tienes para mí no es suficiente, o si intentas joderme… —me incliné un poco, lo suficiente para que sintiera el filo de cada palabra—. No habrá un maldito rincón en el planeta donde puedas esconderte. Yo mismo con un cuchillo te despellejaré. Y lo haré lento. Él tragó saliva. —Entendido. Mis ojos no se apartaron de los suyos. —Bien. Empecemos por lo primero. ¿Dónde se esconde la escoria de Calvin? —No lo sé, nos vimos hace unos días en la estación abandonada del tren, iba a sacar a su esposa e hijo del país y no pudimos. Asiento porqué sé que es verdad. —¿Cuándo mataste a Fiero? —Hace unas horas —contestó sin dudar—. Lo intercepté pero ya era tarde venía de regreso, hice mal el calculo del tiempo, me imaginé que algo así pasaría y, ya con el Fiero le quise sacar información lo retuve unos días y no soltó nada, por eso lo maté y te lo traje como el perro que es. El venia de dejar a mi cuñada y a mi sobrino en la FIAC. Mi mandíbula se tensó. —¿La FIAC? —Sí. Y escúchame bien, Delacroix. Si no han ido ya por uno de tus casinos, están acechándolos. Se van a mover pronto. —¿Cuándo? —Posiblemente esta noche. Cuando venía a traerte su cabeza vi movimientos por la calle central, esa donde está el Imperio. No dudé. Saqué mi móvil y marqué un número. —Quiero a todos preparados —ordené—. Investiga que tan cierto es que hay moscas en el área y ordena todo. Vamos para el casino Imperio. Colgué sin esperar respuesta. Luego, miré a Rafa. —Más te vale que esto valga la pena. Miré a él que estaba a mi derecha. —Da la orden que se armen todos… —me giré y caminé—. Rafa viene con nosotros. Era hora de limpiar el maldito desastre. Giré hacia mis hombres, mi mente ya trabajando a toda velocidad. —Jefe correcto —aparecido Marco detrás de mi—. Rodrigo viene en camino y dice que es correcto, interceptó la línea de la FIAC y piensan caer. —Vamos al Imperio —ordené—. Necesito a todos armados y listos en diez minutos. Mis palabras eran frías, calculadas, sin margen para error. No había espacio para dudas ni retrasos. —Quiero que saquemos todo —continué—. El dinero, las armas. Todo lo que esté almacenado en el casino. La FIAC va a caer, y cuando lleguen, no van a encontrar nada. Marco asintió con firmeza. —¿Cuántos hombres llevamos? —Todos los disponibles. Pero necesito que la seguridad del casino siga en su posición como si nada pasara. Que todo luzca normal. No quiero levantar sospechas hasta el último maldito minuto. —Entendido. Me giré hacia Rafa, que se mantenía en silencio. —Tú vienes con nosotros. Vas a demostrar que puedo confiar en ti. Él asintió. No dijo una palabra más. Mis ojos recorrieron a los presentes que ya habían llegado. —Vamos. Avanzamos con rapidez, saliendo de la propiedad en dirección a los vehículos. Teníamos menos de una hora antes de que la FIAC se moviera. Y si algo sabía de ellos, es que cuando llegaban, lo hacían con todo su poder. Me armé. El convoy se movió por la ciudad como sombras en la noche. Seis camionetas blindadas, cada una cargada con hombres fuertemente armados. Yo iba en la delantera, con Marco al volante y Rafa en el asiento trasero, en silencio. Mis dedos jugaban con el seguro de mi Glock mientras mi mente repasaba cada detalle. Sabía que la FIAC no haría una entrada discreta. Vendrían con vehículos tácticos, con helicópteros si era necesario. Y si nos atrapaban, el enfrentamiento no sería solo una redada, sino una maldita guerra.






