Mundo de ficçãoIniciar sessãoBruno Delacroix
Dejé a Cindy y me pasé por el puerto a recibir un cargamento exprés, algo urgente que necesitaba mi presencia por los barriles camuflados que transportaban armamento de los Lobos de Hierro. Me encontraba en el aeródromo, una brisa cálida de la noche rozaba mi rostro mientras el rugir de los motores del jet privado que estaba esperando comenzaba a llenar el aire. Todo estaba en su lugar. Había recibido una llamada urgente de Thor, mi primo, y si él quería hablar conmigo, era porque la situación era grave. Estaba a punto de subir al avión cuando, justo en ese momento, mi teléfono vibró en el bolsillo de mi chaqueta. Miré la pantalla: era uno de mis hombres. Estuve a punto de no contestar, pensaba que no podía permitirme distracciones en ese momento, pero algo me decía que debía atender. —¿Qué pasa? —respondí en un tono que dejaba claro que no tenía tiempo para juegos. —Jefe, ha habido un intento de secuestro. A la señorita Cindy... —su voz vaciló un poco antes de continuar—. La situación está controlada por ahora, pero la tenemos ubicada en un restaurante en Miami. Eso fue suficiente para que mi pulso se acelerara, aunque no lo demostrara. Nunca lo hacía. Mi cuerpo estaba entrenado para mantener el control. Pero Cindy... Cindy era distinta, aunque no lo admitiera, ella me tenía en un punto débil, y no podía permitir que nada le pasara. —¿Secuestro? —mi voz se endureció, mis manos se cerraron alrededor del teléfono con más fuerza de la que hubiese querido—. ¿Qué demonios estás esperando? ¿Cómo que está en un restaurante? —Está en un lugar llamado La Perla del Mar, es un restaurante exclusivo para personas de poder y dinero. Tiene cuatro hombres alrededor de ella, pero no parece haber pasado a mayores. Sin embargo, uno de nuestros chicos en el barrio ha sido quien nos avisó. Mi mandíbula se tensó. La Perla del Mar, un lugar de lujo al que solo los más poderosos podían acceder. Y allí estaba Cindy, ajena al peligro, y yo sin poder estar a su lado. —Escucha —dije mientras me giraba me incorporaba saliendo del Jet—. No la pierdan de vista. Mantengan sus ojos fijos en ella y asegúrense de que no salga de ahí. Usen todo lo necesario para mantenerla a salvo, pero sin llamar la atención. Si algo pasa, la vida de Cindy es lo único que importa. ¡Entendido! Colgué y, casi sin pensarlo, me dirigí al auto, un coche de lujo negro que había mandado a personalizar para mis viajes. El motor rugió al encenderse y, en segundos, estábamos cruzando las calles de Miami a gran velocidad. Diez de mis hombres, armados hasta los dientes, nos seguían en vehículos blindados, siempre con la presencia que exige un hombre como yo. Aunque trataba de mantener la calma, sentía que algo no estaba bien. Mi cabeza, a pesar de lo que intentaba mostrar, no paraba de dar vueltas sobre cómo estaba Cindy. Conducía rápido, muy rápido. Sabía que el tiempo era crucial. Mucho rato después, llegamos. Aparqué con precisión frente a La Perla del Mar. Mis hombres se distribuyeron de manera casi invisible, siempre atentos, vigilando todo el lugar. No podían entrar a no ser que fuera estrictamente necesario. La situación debía mantenerse controlada. No era el momento de hacer ruido. Me levanté del coche y miré el restaurante. La fachada de lujo brillaba bajo la luz de la luna. Pero más allá del lujo, más allá de la belleza del lugar, mi mente estaba fija en lo único que importaba: Cindy. Antes de entrar, me aseguré de que todos mis hombres estuvieran en su lugar. Entré, la puerta se abrió ante mí con suavidad. El restaurante estaba lleno, intenté no llamar la atención. Estaba armado. Mis pasos eran firmes, casi resonando en el suelo de mármol. Dentro, la escena era caótica de una forma extraña. Los comensales no parecían inmutarse, absortos en sus cenas elegantes y conversaciones banales. Sin embargo, algo me hizo detenerme al instante. Un grupo de personas se había reunido en el centro de la pista, donde había una tarima. Y en medio de todo eso, estaba ella. Cindy. Con su vestido rojo, sencillo pero elegante, se encontraba en el centro de la pista, descalza, con la tarjeta negra de American Express Centurion en la mano, como si fuera una especie de trofeo. Estaba rodeada por un círculo de admiradores que la aplaudían, la alababan como si fuera una estrella de cine. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa traviesa, una sonrisa que nunca me había visto antes, una que solo ella sabía mostrar. Movía la tarjeta de lado a lado, como si fuera parte de su danza improvisada. Y entonces, entre risas y vítores, escuché sus gritos: — ¡Voy a pagar esta noche, chicos! ¡Todas las cuentas van por mi! La risa y los aplausos se intensificaron mientras Cindy giraba sobre sí misma, mostrando la tarjeta, provocando a los presentes, como si estuviera completamente fuera de sí. Mi estómago se apretó. No sabía si debía sentirme impresionado o molesto. ¿Por qué diablos estaba haciendo eso? Mi mente daba vueltas mientras me acercaba. Sabía que debía hacer mi entrada sin llamar la atención, pero el desorden y la euforia que Cindy había creado me lo dificultaban. La gente no me notaba, ni siquiera cuando me acercaba a la pista de baile. No estaba buscando ser el centro de atención, pero no podía ignorar la mirada de ella. Cuando me vio, su rostro cambió al instante. Su sonrisa se desvaneció y sus ojos se agrandaron con sorpresa. Era evidente que no se esperaba verme allí. Observaba su pequeña obra maestra de derroche. La música seguía sonando, y ella parecía haber quedado paralizada al verme. La tarima se llenaba de personas que continuaban gritando y aplaudiendo, pero ella no reaccionaba. Su mirada estaba fija en mí, y no pude evitar notar cómo sus mejillas se sonrojaban. Le hice una seña para que se acercara a mí, sin llamar la atención. Se acercó saliendo del círculo, los presentes siguieron en lo suyo, entre ellos Rocío y Dan. —Bruno… Yo… Puedo explicarlo… — su voz se apagó perdiendo el tinte fiestero que tenía hace nada.






