Bruno Delacroix
Yo la observé un momento más, evaluando sus gestos, su incomodidad. No la culpaba por querer divertirse, siendo honesto verla bien era lo único que me interesaba. La sujeté de la muñeca moviéndola a la zona de pago.
—Haz dicho que invitabas —simplifiqué—. Paga, que nos vamos.
Ella me miró como si esperara que le reclamara, y yo desvié la vista buscando tantear algún movimiento extraño.
Cuando finalmente terminó, se giró hacia mí. Su andar era más pausado ahora, más contenido. La vi detenerse a mitad del camino, señalando algo en la esquina del restaurante.
—Bruno… — dijo suavemente mientras levantaba la mano para señalar, con un gesto casi tímido. Seguí la dirección de su dedo y entonces lo vi, un montón de bolsas.
Las bolsas estaban apiladas en un rincón como si fueran un monumento al consumismo de lujo: Hermès, Chanel, Dior, Louis Vuitton. Había por lo menos treinta, y aunque para cualquiera aquello sería excesivo, para mí era apenas un detalle insignificante. No er