Mundo de ficçãoIniciar sessãoBruno
No lo permitiría. —¿Tienes idea de cuántos hombres estarán en el casino? —pregunté a Marco. —La seguridad estándar. Pero ya ordené que reforzaran el perímetro. Si algo pasa antes de que terminemos de cargar, nos darán tiempo para largarnos. Asentí. —Que tengan listas las rutas de escape. Necesito que dos de los camiones tomen caminos distintos en cuanto salgamos. —Hecho. Rafa habló por primera vez. —Si la FIAC llega antes de que terminemos… —Nos abriremos paso —respondí sin dudar—. Y tú serás el primero en la línea de fuego, me vas a servir de puto escudo si veo algo raro. No dijo nada más. El casino apareció en el horizonte, sus luces brillando en la noche. Un oasis de dinero, corrupción y poder. Se suponía que el Juez Rubén declinaría cualquier intento de allanamiento pero, si tienen pruebas no se detendrán. Y en menos de una hora, sería un maldito campo de batalla. Entramos por la entrada de servicio. Frédéric se acercó diciendo que necesitaba hablar conmigo, no lo dejé, debía esperar y me moví a la zona de abajo. El personal ya estaba preparado, los empleados leales al tanto de lo que sucedía. Me moví con rapidez, supervisando cómo sacaban las cajas de dinero de la bóveda subterránea. Más de diez millones en efectivo. El sonido de los billetes apilándose en los maletines era casi hipnótico. Las armas estaban almacenadas en el sótano del casino, dentro de una cámara reforzada. Fusiles de asalto, municiones, explosivos. Todo se trasladaba a los camiones con una precisión milimétrica. —Rápido, pero con orden —dije, recorriendo el lugar con la mirada—. No quiero errores. Todo estaba yendo según lo planeado. Había pasado un largo rato de ir y venir. Hasta que Marco recibió una llamada. Su rostro se endureció al escuchar la voz al otro lado de la línea. —Maldita sea… —murmuró, antes de levantar la vista hacia mí—. Los tenemos encima. Mi mandíbula se tensó. —¿Cuánto tiempo? —Menos de diez minutos. Miré a mi alrededor. Aún faltaban cajas por subir. No había tiempo. La tormenta había llegado. Empecé a subir armamento y le di un empujón a Rafa que estaba parado para que ayudara. Lo hizo. El sonido de las sirenas cortó la noche como un maldito cuchillo. Frédéric bajó con prisa y gritó: —Delacroix. Desde la entrada principal del casino, a través de las cámaras de seguridad, vi cómo las luces rojas y azules iluminaban la avenida. Vehículos blindados se alineaban como una maldita emboscada, bloqueando las salidas. —¡Sigue arriba! —le dije y el corrió. La FIAC había llegado. —¡Aceleren la carga! —ordené, mi voz cortando el pánico como un látigo. Los hombres se movieron como una maquinaria bien engrasada. Las últimas cajas con dinero y armas fueron lanzadas al interior del camión más grande, pero sabíamos que no teníamos tiempo. Todo fue muy rápido. El estruendo de una explosión sacudió el suelo. Giré la cabeza justo a tiempo para ver cómo la puerta principal del casino volaba en pedazos. Humo, fuego y metralla. La FIAC no había venido a negociar. Habían venido a exterminarnos. —¡A posiciones! —grité, desenfundando mi Glock mientras mis hombres tomaban cobertura. Desde el humo emergieron los primeros agentes, cubiertos con chalecos antibalas y fusiles de asalto. Se movían con precisión, formados en líneas de ataque. Yo ya los conocía. No eran simples policías. Eran élite. —¡Cubran las posiciones! —rugí, moviéndome hacia un pilar grueso de concreto. Subimos a la zona de arriba unos cuantos, los otros y los que conducirían la mercancía se enfrentarían por la zona de atrás. Mis hombres abrieron fuego antes de que la FIAC pudiera avanzar demasiado. El estruendo de los disparos rebotó en las paredes del casino, mezclándose con las alarmas y el grito de los clientes que aún intentaban escapar. El Imperio estaba en llamas, tanto en caos como en fuego real. El primer equipo de la FIAC se cubrió tras las ruinas de la entrada, devolviendo fuego con precisión quirúrgica. Una ráfaga de balas perforó una de las mesas de blackjack, enviando fichas volando por el aire. Uno de mis hombres, Nico, cayó con un disparo en la pierna, gruñendo de dolor. —¡Sáquenlo de aquí! —ordené, disparando dos veces hacia la sombra de un agente que intentaba avanzar. No podía darnos el lujo de perder tiempo. Teníamos el dinero y las armas casi cargadas en los camiones, pero si no manteníamos la línea de fuego, la FIAC nos aplastaría antes de que pudiéramos salir. Rodrigo, ya estaba aquí, a mi derecha, arrojó una granada de humo hacia la entrada. La explosión cubrió el área con una densa niebla gris, dándonos unos segundos de ventaja. —¡Vamos a la carga final, muévanse! —grité. Rafa, aún con la tensión en el rostro, corrió hacia la parte trasera del casino, donde los camiones estaban listos para salir. Cuatro hombres más lo siguieron, cargando los últimos maletines llenos de dinero. Yo me quedé en la línea de fuego con Rodrigo, cubriendo su retirada. Pero la FIAC no era estúpida. Una ráfaga de fuego pesado barrió la zona donde nos protegíamos. El sonido de las balas perforando las máquinas tragamonedas llenó el aire con un estruendo metálico. Rodrigo y yo nos lanzamos al suelo justo antes de que una ametralladora pesada destrozara la columna donde nos cubríamos. —¡Carajo, están usando un M249! —gruñó Rodrigo, arrastrándose para cubrirse detrás de una mesa volcada. —Eso significa que quieren asegurarse de que no salgamos de aquí vivos —respondí, revisando el cargador de mi Glock. Me quedaban ocho balas. Demasiado pocas. Necesito ir por otra perra más letal entre las que cargo. Por el rabillo del ojo, vi que un grupo de agentes intentaba flanquearnos por el pasillo lateral. Si lograban rodearnos, estábamos jodidos. —Rodrigo, granada de fragmentación. Ahora. Él asintió sin dudar, sacando una de su chaleco y lanzándola con precisión. La explosión retumbó en el interior del casino, lanzando escombros y humo. Los gritos de los agentes alcanzados por la onda expansiva se mezclaron con el eco de la detonación. —¡Vamos! —exclamé, usando el caos para moverme hacia la salida trasera. Ellos estaban intentando sacar a los civiles que pedían ayuda. El camión con el dinero y las armas ya estaba arrancado, con Rafa al volante y otros hombres subidos en la parte trasera. —¡Bruno, vamos, ya! —gritó Rafa desde la cabina. No me fiaba de él al volante, pero no había tiempo para intercambios. Venían detrás nuestro, yo disparaba, hasta que me quedé sin balas y el resto de mis hombres también lo hacían. Pero justo cuando estaba por llegar a la puerta, una bala ardiente me perforó el hombro izquierdo. El dolor fue instantáneo, un hierro candente atravesándome la carne. Gruñí, tambaleándome, pero no me detuve. Rodrigo me cubrió, disparando a los agentes que aún se acercaban, mientras yo me subía al camión. —¡Acelera, maldita sea! —bramé, apretando los dientes para contener el dolor. El motor rugió y el camión se lanzó hacia adelante, rompiendo una de las puertas traseras del casino. La FIAC no nos iba a dejar ir tan fácilmente. A través de los espejos laterales, vi cómo los vehículos blindados giraban para seguirnos. La persecución acababa de comenzar. El camión rugió por la avenida mientras la FIAC nos perseguía como una jauría rabiosa. A lo lejos, las luces azules y rojas destellaban en la noche, iluminando la humareda que dejábamos atrás. Me apoyé contra la pared metálica del camión, presionando mi hombro herido con una mano. La sangre caliente empapaba mi camisa, pero el dolor quedaba en segundo plano. Teníamos que salir de aquí. —¡Rodrigo, dime que tenemos algo bueno en el cargamento! —gruñí, mientras me forzaba a mantenerme firme. Rodrigo ya estaba rebuscando entre las cajas de armas que acabábamos de sacar. —Tenemos de todo, pero esto… esto es oro puro —sonrió, sacando una M4A1 con lanzagranadas M203 acoplado. Sonreí de lado. —Dame eso. Rafa giró el volante con fuerza, haciendo que las ruedas chirriaran. Un vehículo de la FIAC intentó cerrarnos el paso, pero antes de que pudiera hacer contacto, levanté el rifle y disparé. El impacto del 5.56 mm perforó el parabrisas del primer blindado enemigo. El conductor giró bruscamente, perdiendo el control, y el vehículo chocó contra un poste. Pero venían más. Cuatro camionetas negras aceleraban detrás de nosotros, cada una llena de agentes con armas pesadas. —¡Rodrigo, dame explosivos! —grité. Él abrió una de las cajas y sacó un RPG-7 con una sonrisa salvaje. —Dame algo con más estilo —repliqué, sacando un C4 con detonador remoto. Rodrigo asintió, agarró el RPG y se colocó en la parte trasera del camión, apuntando. Yo, en cambio, me asomé por la ventana de techo del vehículo con un esfuerzo brutal, sintiendo la punzada ardiente en mi hombro. El rugido de la M249 SAW rompió el aire nocturno con un estruendo ensordecedor. La ráfaga de balas perforó el parabrisas del primer blindado de la FIAC, salpicando sangre en el interior. El conductor perdió el control y el vehículo se desvió bruscamente, chocando contra el segundo blindado. Ambos se deslizaron por la carretera, levantando chispas y dejando un rastro de destrucción. —¡SIGUE, RAFA! —grité, recargando la ametralladora con movimientos rápidos. Pero los bastardos no se detenían. Desde los vehículos restantes, la FIAC nos lanzaba fuego pesado. Balas perforaban la carrocería del camión y las cajas que llevábamos dentro. —¡Nos van a destrozar si no hacemos algo ya! —rugió Rodrigo. Mis ojos recorrieron el interior del camión hasta que vi la caja con los explosivos plásticos y los detonadores. —Voy a ponerles un regalo —murmuré con una sonrisa helada. Tomé dos cargas de C4 y me moví hasta la parte trasera. Las balas zumbaban a mi alrededor, algunas impactando cerca de mis pies. Respiré hondo. Tenía que hacerlo bien. Me asomé apenas lo suficiente para lanzar los explosivos hacia la carretera, justo en el camino de los bastardos que nos seguían. Conté mentalmente los segundos. Uno… Dos… Tres… —¡FUEGO! —presioné el detonador. El estallido fue colosal. El fuego consumió los vehículos de la FIAC en una explosión infernal. Pedazos de metal volaron por los aires, algunos impactando en nuestro camión mientras seguíamos avanzando. Pero aún no habíamos terminado. Desde el aire, el sonido de un helicóptero negro nos hizo levantar la vista. —¡No me jodas! —maldijo Rafa. La FIAC había enviado un maldito helicóptero táctico. El foco de luz blanca nos iluminó, y un segundo después, el tableteo de una ametralladora pesada cayó sobre nosotros. —¡AGÁCHENSE! —grité, empujando a Rodrigo al suelo mientras las balas atravesaban el techo. El helicóptero estaba demasiado alto para darle con la M249, pero no era imposible de derribar. —Rodrigo, ¿queda otro RPG? —¡Sí! Me lanzó el arma. Rápidamente, le coloqué un proyectil. El helicóptero giró en el aire, preparándose para otra ráfaga. Pero yo ya tenía al piloto en la mira. Respiré… Apreté el gatillo. El misil surcó el aire como un rayo. Impactó en la cabina del helicóptero y el vehículo explotó en una bola de fuego, desmoronándose en el aire antes de estrellarse contra el suelo. Un estruendo sacudió la carretera. El otro helicóptero se retiró. Silencio. Solo el sonido de nuestro motor y las llamas consumiendo los restos de la FIAC. —Eso fue jodidamente hermoso —susurró Rafa con una sonrisa nerviosa. Yo simplemente bajé el RPG y respiré hondo. La adrenalina aún corría por mis venas. Pero habíamos ganado. La FIAC estaba destrozada. Nosotros también habíamos perdido algunos hombres, pero lo logramos. Lo importante era que el dinero y las armas estaban a salvo. Y que ahora, sabían que joder a Bruno Delacroix tenía consecuencias. Y yo sabría que a partir de ahora ellos iban a ir por mi culo. Llegamos a la mansión. Bajé del auto con calma, aunque la herida en mi hombro ardía con cada movimiento. La camisa estaba empapada de sangre, pegándose a mi piel. Pero no hice ningún gesto de dolor. Pero dolía. Todos se desplegaron. Los camiones iban en otra dirección y Rodrigo se encargaría de Rafa momentáneamente. Di órdenes e instrucciones de lo que se haría de ahora en adelante y después de dejar todo claro. Entré. La casa estaba en silencio, subí a la habitación antes de entrar noté una luz encendida. Cindy. Estaba frente a su ordenador, con el ceño fruncido y el rostro iluminado por la pantalla. Parecía concentrada… hasta que me vio. Sus ojos se abrieron de golpe. —¡Bruno! Se levantó tan rápido que casi tiró el portátil por poco golpea al perro que estaba acostado a su lado. Su mirada recorrió mi cuerpo, notando la sangre, el polvo y la suciedad. Pálida. Temblorosa. —¿Qué te pasó? —su voz se quebró ligeramente mientras se acercaba. Yo, en cambio, me mantuve firme. —Nada —respondí con voz baja. Pero ella no se calmó. Se acercó rápido. Extendió las manos para tocarme, pero las retiró antes de hacerlo, como si tuviera miedo de lastimarme más. —Bruno… hay mucha sangre. Suspiré y tomé su mano, llevándola hasta mi pecho. —Estoy bien. Ella negó con la cabeza. —No, no estás bien. Siéntate, voy a limpiarte la herida. No discutí. Me dejé caer en una silla y Cindy se apresuró a traer un botiquín. Cuando volvió, me miró dudosa. —Necesito quitarte la camisa. Asentí. Se arrodilló frente a mí, sacó lo que necesitaría y con dedos temblorosos se acercó y empezó a cortar el polo gris. La tela estaba pegada por la sangre y cuando intentó retirarla, solté un leve gruñido de dolor. Ella se mordió el labio. —Lo siento. —Solo hazlo. Con más cuidado, despegó la tela y dejó mi hombro expuesto. La herida no era profunda, pero la bala había rozado con suficiente fuerza como para dejar un corte feo. —¿Tengo que sacar algo? Toqué la herida y no parecía haber bala. —No, solo véndala. Ella tragó saliva. —Bruno… Su voz sonaba temblorosa. —No te preocupes —murmuré. Cindy tomó una gasa con antiséptico y empezó a limpiar la herida con cuidado. Sus manos seguían temblando. Vendó con las manos tan temblorosas que apenas podía hacerlo. Entonces, cuando levanté la vista, noté algo que me jodió el pecho. Estaba llorando. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras intentaba mantener la compostura. Yo no podía permitir eso. Sin pensarlo, sujeté su rostro entre mis manos. —Hey… —mi voz fue más baja, más suave—. Estoy bien. Ella negó con la cabeza, sus ojos brillaban con angustia. —No lo estás. Tengo miedo… Tengo miedo de que esa herida hubiera caído más cerca del pecho. Me quedé en silencio. Sabía que esto no era justo para ella. Sabía que no era el tipo de hombre que podía darle paz. Pero no podía dejarla. Yo ya no quería estar sin ella. Con un suspiro, la atraje hacia mí y la abracé con fuerza, ignorando el dolor en mi hombro. —Siempre regresaré contigo. Ella se aferró a mí, enterrando su rostro en mi pecho. No importaba cuántas batallas librara afuera. Mientras ella estuviera aquí… Siempre encontraría la forma de volver. ----------------------------------------------------------------------






