Subtítulo:
“Cuando el corazón duda, el instinto ruge.”
El día siguiente amaneció gris, como si el cielo también se sintiera atrapado entre dos caminos. Ariadna caminaba por su apartamento con el celular en la mano y la tarjeta que Dorian le había dado aún sobre la mesa. Cada paso que daba pesaba como si arrastrara cadenas invisibles.
No había dormido. Las palabras de ambos hombres se repetían en su mente como un eco que no se detenía. Kael decía que la protegía. Dorian aseguraba que él solo la reclamaba. Y en medio de ellos estaba ella, una humana que ahora parecía no serlo del todo, llevando en su vientre una criatura que no sabía si era milagro o maldición.
Se detuvo frente al espejo. Su rostro lucía más afilado, sus pupilas más oscuras de lo habitual. ¿Era producto del estrés o su cuerpo realmente estaba cambiando? Por curiosidad —o desesperación— levantó su blusa.
La marca en su abdomen brillaba con un fulgor suave, rítmico. Cada vez que lo hacía, sentía una especie de cosquilleo interno. Como si algo dentro de ella respondiera.
—¿Qué me estás haciendo? —susurró, con voz temblorosa.
Entonces, un punzón en el bajo vientre la dobló sobre sí misma. No era dolor exactamente, pero era intenso. Era como si su cuerpo estuviera... adaptándose. Cambiando. No podía explicarlo, pero no se sentía enferma. Se sentía otra. Más aguda. Más viva.
Se arrojó agua al rostro, intentando calmarse, pero cuando se miró otra vez al espejo, sus ojos parecían tener un leve destello dorado. Parpadeó, y desapareció. Pero lo había visto. Algo dentro de ella estaba despierto.
Tomó su bolso y salió. Necesitaba respuestas. No podía seguir entre el miedo y la duda. Si Kael o Dorian mentían, debía averiguarlo por sí misma.
Se dirigió a la dirección de la tarjeta. Era en las afueras de la ciudad. El trayecto fue silencioso, tenso. Cada calle que dejaba atrás la alejaba de su vida anterior. Cada semáforo era un punto sin retorno.
Finalmente, llegó al sitio: un viejo taller mecánico aparentemente abandonado. Pero apenas se acercó, una compuerta metálica se deslizó hacia arriba automáticamente. Entró con cautela, el corazón golpeándole el pecho como un tambor.
Adentro, la oscuridad estaba salpicada por luces cálidas. Personas caminaban en silencio. Algunos con ojos que brillaban sutilmente. Todos la observaron al entrar, pero nadie habló. Hasta que una figura familiar se acercó: Dorian.
—Sabía que vendrías —dijo con una media sonrisa.
—No confío en ti —respondió Ariadna.
—Perfecto. Es el primer paso para sobrevivir —replicó él, sin perder la calma.
La guió por un pasillo hasta una sala donde varias personas estaban reunidas. Uno de ellos la observaba con especial atención. Era un anciano con cicatrices en el rostro y una voz profunda que resonaba sin esfuerzo.
—Ella es la elegida —dijo con solemnidad—. La loba que cambiará el equilibrio. Y el hijo que lleva… es el inicio de todo.
Ariadna retrocedió.
—¿Qué equilibrio? ¿Qué están esperando de mí?
🔗 Gancho final:
¿Realmente buscan ayudarla… o Ariadna ha caído en la guarida de otro lobo con sed de poder?