Subtítulo:
“El pasado no siempre muere… a veces espera para arder otra vez.”
La noche aún pesaba cuando Ariadna despertó envuelta en los brazos de Kael. Sus dedos rozaron las marcas que él había dejado en su piel, todavía tibias, como brasas bajo la dermis. Cada chupetón era una promesa; cada arañazo, una declaración. Pero detrás de ese calor, la marca seguía palpitando… y no solo por ellos.
—¿Sientes eso? —preguntó ella, los ojos entrecerrados.
Kael asintió, serio. —Darius no se ha retirado. Solo se hizo a un lado… para mirar.
El Alfa se incorporó, la sábana cayendo hasta su cadera, dejando a la vista su torso marcado y la erección latente que no menguaba ni dormido. Ariadna lo observó, y por un instante el miedo se mezcló con un deseo que le erizaba la piel.
—No podemos dejar que use esto para dividirnos —dijo ella, rozando con la yema de los dedos la cicatriz de su marca.
—No lo hará —respondió Kael, y la besó, lento, profundo, dejando que la lengua explorara la suya como si quisi