Subtítulo:
“Hay caricias que no solo tocan… despiertan.”
La cabaña estaba en silencio, solo el crepitar del fuego acompañaba el sonido de sus respiraciones. Kael seguía apoyado en el regazo de Ariadna, sus dedos jugueteando con los mechones sueltos de su cabello. Cada tanto, sus miradas se cruzaban, y en ese cruce había algo más que cariño: había hambre.
—¿En qué piensas? —preguntó Ariadna, bajando la voz.
Kael sonrió, esa sonrisa que ella ya sabía leer.
—En lo que no puedo dejar de desear, aunque me esfuerce.
Ella arqueó una ceja, divertida.
—¿Y qué es eso?
Kael se incorporó lentamente, sin apartar la vista de ella, y sus dedos comenzaron a recorrerle el brazo, subiendo con calma, hasta su cuello.
—Tú. Siempre tú.
La risa que escapó de Ariadna fue suave, pero su respiración se aceleró cuando sintió la calidez de su aliento cerca del oído.
—Sabes que no es justo que digas esas cosas y luego actúes como si nada —susurró.
Kael rozó su cuello con la nariz y la besó allí, apenas un roce,