Subtítulo:
“Hasta los exiliados tienen una manada.”
La sala olía a madera húmeda, incienso y metal. No era un lugar acogedor, pero tampoco amenazaba. Había en el aire una mezcla de solemnidad y resistencia, como si cada rincón respirara historia. Ariadna mantenía la mirada en el anciano que había hablado. Su voz seguía vibrando en su pecho, como si sus palabras hubieran despertado algo en ella.
—¿Qué quiere decir con eso? ¿La elegida de qué?
El anciano se acercó, lento pero firme. Su piel curtida hablaba de guerras pasadas. Tenía ojos azules intensos, casi sobrenaturales, y en su cuello llevaba un colgante en forma de luna creciente.
—Durante siglos, las manadas obedecieron al equilibrio de la sangre. Los Luna Negra lideraron con fuerza. Los Grises cuidaron la sabiduría. Pero los Luna Roja… eran distintos. Eran conexión pura con la diosa. Eran su voz. Hasta que fueron exterminados.
Ariadna tragó saliva.
—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?
—Tu linaje no es común. Esa marca que llevas…