Subtítulo:
“Algunas amenazas no llegan con garras, sino con promesas.”
La casa estaba en silencio, pero Ariadna no lograba dormir. Después de la visita de Kael, todo en ella era un caos. Sus sentidos estaban a flor de piel. Podía oír los latidos de su propio corazón, y algo más… un murmullo constante en su interior que no era pensamiento, ni miedo. Era instinto.
No había vuelto a comunicarse con él, pero sabía que Kael seguía cerca. Lo sentía como una corriente eléctrica invisible, acechando a pocos metros de su mundo. Sin embargo, esa noche, algo cambió.
Al salir del apartamento al amanecer, notó una presencia diferente. No era Kael. Era algo más oscuro. Más frío. Lo sintió antes de verlo, como si el aire se hubiese cargado de electricidad.
Lo vio junto a su coche. Alto, de cabello negro y ojos grises como tormenta. La miraba como si ya la conociera.
—¿Ariadna? —dijo con voz profunda, suave, pero con filo.
Ella se tensó al instante.
—¿Quién eres?
—Mi nombre es Dorian. Vengo a advertirte.
Ariadna frunció el ceño.
—¿Advertirme de qué?
—Kael no es quien dice ser. Dice que te protege, pero en realidad te marca como suya. No es amor. Es control.
Ella dio un paso atrás.
—¿Y tú qué sabes?
—Porque yo fui parte de su manada. También fui un Alfa. Hasta que Kael decidió que era una amenaza para su liderazgo. Fui exiliado. Pero ahora... veo que está repitiendo la historia. Tomando lo que no le pertenece.
—¿Y por qué te importa lo que yo haga?
Dorian la miró como si la respuesta fuera obvia.
—Porque tú no deberías estar atada a ningún Alfa. Eres diferente. Tu sangre... es única. Provienes de los “Luna Roja”, una línea extinta desde hace más de un siglo. Tu existencia cambia todo.
Ariadna parpadeó, confundida.
—No entiendo…
—Lo harás. Kael quiere a ese hijo para consolidar su dominio sobre las manadas. Pero ese niño... puede liberarlas.
—¿Liberarlas de qué?
—De la guerra que se avecina.
Dorian le entregó una tarjeta.
—Si decides saber la verdad, ven a este lugar. Pregunta por mí. Hay muchos como tú. Lobos solitarios. Exiliados. No estás sola.
Luego, sin esperar respuesta, desapareció entre la bruma matinal. Ella se quedó de pie junto al coche, con la tarjeta en la mano y el corazón latiendo desbocado.
Esa noche, mientras el viento susurraba entre las rendijas de su ventana, Ariadna miró la tarjeta sobre la mesa. Una sola palabra resaltaba: Refugio.
El teléfono sonó. Número desconocido.
—No confíes en él —dijo la voz de Kael, antes de que ella pudiera decir nada—. Dorian no busca protegerte. Él quiere el poder que llevas en el vientre. No le creas.
Y colgó.
Ariadna se quedó inmóvil, con el teléfono aún en la mano. Dos hombres. Dos verdades. Dos caminos. Y solo un corazón latiendo dentro de ella que aún no sabía a quién le pertenecía.
🔗 Gancho final:
¿Seguirá el llamado de Kael o se atreverá a descubrir la verdad con Dorian? ¿Y si ambos solo la ven como un arma más en esta guerra oculta?