Subtítulo:
“A veces, lo que más miedo da… es justo lo que has estado esperando toda la vida.”
El atardecer teñía el cielo de tonos naranjas y dorados, y la brisa se deslizaba entre los árboles como un susurro ancestral. Ariadna y Kael caminaban juntos, en silencio, bordeando el lago. El mundo parecía contenido, como si también él esperara lo que estaba a punto de ocurrir.
Ariadna sabía que ya no podía seguir ocultándolo. El momento había llegado.
Kael lo presentía, aunque no decía nada. Sentía cómo el aura de Ariadna vibraba con una energía distinta, más densa, más… viva. El vínculo con ella se había vuelto más profundo, como si cada paso que daban juntos en el bosque los acercara a una verdad inevitable.
Se detuvieron frente a una roca cubierta de musgo. Ariadna lo miró, respiró hondo, y le pidió con la mirada que se sentara.
—Necesito decirte algo —empezó, con voz temblorosa.
Kael asintió sin hablar, sus ojos fijos en los de ella, atentos.
—No sé cómo explicarlo sin que suene extra