Subtítulo:
“Donde hay luz que crece… también hay ojos que la desean apagar.”
El bosque seguía respirando en paz, pero algo en el ambiente había cambiado. No era el viento ni el canto nocturno de las criaturas que vivían ocultas. Era más sutil… como una vibración nueva, un murmullo contenido entre las hojas.
Ariadna dormía profundamente, arropada por el calor de Kael, quien apenas podía cerrar los ojos. El silencio de la noche no lo tranquilizaba… lo mantenía alerta. Su lobo, Aslan, estaba inquieto.
Desde que supo la verdad —que Ariadna esperaba gemelos—, una nueva energía había nacido en él. Pero también un nuevo miedo.
Y no por él.
Por ellos.
Sabía que no todos estarían felices con la noticia. Sabía que, si alguien se enteraba… los buscarían.
Y no para celebrar.
Kael acarició con suavidad el cabello de Ariadna, su respiración cálida rozando su cuello. Ella se movió apenas, inconsciente de todo lo que su presencia ahora significaba.
Ella era su paz.
Pero también su mayor peligro.
En