Paolo y Adrianna, habían salido al pueblo, nuevamente vivieron nuevas aventuras en cada lugar que conocieron. Ya muy entrada la noche regresaron a la cabaña que era más que eso. Era su nido de amor.dknde volvieron a entregarse en cuerpo y alma. Y reafirmando la promesa de un amor para siempre.
El amanecer los sorprendió aún entrelazados. Los rayos del sol se colaban por la ventana, iluminando sus cuerpos, que descansaban envueltos en la sedosa sábana..
Adrianna despertó lentamente, abriendo los ojos hacia el rostro de Paolo, que aún dormía. Lo contempló en silencio, y por primera vez, sintió que estaba exactamente donde debía estar. En los brazos del hombre que estaba amando y que le había abierto las puertas de la libertad.
Él abrió los ojos poco después, y al encontrarla mirándolo, sonrió.
—Buenos días, amor. —dijo el dejando un beso en sus labios.
—Buenos días. —respondió ella con voz baja.
—¿Cómo te sientes?
—Libre. Amada. Feliz. —respondió aferrándose a su cuerpo.
Paolo acarició