Adrianna había pasado otra noche entre lágrimas. Tenía sentimientos encontrados, no sabía que mismo era lo que más predominaba en su interior.
Una semana había pasado. Ese día, después de dejar a sus hijos en la escuela, fue a la oficina. Tenía que continuar con su vida.
El cielo aún estaba gris, como si se negara a despertar del todo. Llegó a la oficina y se concentro en los trabajos atrasados, no deseaba pensar en lo que no salía de su mente. Era inevitable.
Paolo caminaba por los pasillos de la empresa Lanús con el corazón apretado. La carta de Enzo pesaba más que un sobre en su bolsillo; era un pedazo de verdad sellado, una grieta abierta entre lo que fue y lo que nunca pudo ser.
Llegó a la oficina de Adrianna, se detuvo frente a la puerta y respiró profundo. Dudó.
—¿Este será el momento? —pensó.
No quería Ser cruel entregando le ese sobre cuando aún estaba en medio del duelo por la revelación de su origen. Pero recordó la mirada de Enzo esa mañana: vulnerable, derrotada. Un homb