36

El amanecer se filtraba entre las cortinas de la habitación donde Lía había pasado la noche en vela. Sus ojos ardían, pero no tanto como la preocupación que le carcomía el pecho. A su lado, Ethan dormía inquieto, su pequeño cuerpo agitándose mientras gemidos ahogados escapaban de sus labios. La marca en forma de media luna en su hombro derecho brillaba con un tono rojizo inusual, como si estuviera ardiendo desde dentro.

—Tranquilo, mi amor —susurró Lía, pasando un paño húmedo por la frente del pequeño—. Mamá está aquí.

Un golpe suave en la puerta la sobresaltó. Kael entró sin esperar respuesta, su rostro marcado por la misma falta de sueño que el de ella.

—¿Cómo sigue? —preguntó, acercándose a la cama.

—La fiebre no baja —respondió Lía, apartando un mechón de cabello del rostro de su hijo—. Y la marca... mírala tú mismo.

Kael se inclinó, observando el hombro del niño. La marca parecía palpitar, como si tuviera vida propia. Sus ojos se encontraron con los de Lía, compartiendo un temor
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