La casa estaba en silencio cuando Miguel cruzó el umbral, pero no era el tipo de silencio que recibía con descanso a quienes vivían ahí, sino uno que pesaba, como si las paredes estuvieran luchando para no colapsar o cerrarse de un momento a otro. Cerró la puerta con suavidad, sin anunciar su llegada. No quería tener que ver a Clara, no quería sentir nada. Ni responder preguntas. Ni enfrentar lo que había dejado a medias.
El eco de sus pasos llenaba el lugar mientras se adentraba en aquella casa que, aunque era suya, le resultaba ajena.
Habían pasado días desde la última vez que entró allí con calma. O quizá semanas. Ni siquiera lo tenía claro. El tiempo últimamente se había vuelto algo difuso, como si su mente caminara en dos realidades al mismo tiempo: la que vivía… y la que intentaba entender.
Una risa infantil interrumpió el silencio. Fue un sonido agudo, torpe, como de bebé emocionado por cualquier cosa que tuviera enfrente. El sonido lo atravesó como un dardo inesperado. No lo