Clara se dejó caer en la silla junto a la camilla, con el rostro cubierto entre las manos. El monitor seguía marcando el pulso débil de su madre, un sonido irregular que la estaba volviendo loca. No quedaba tiempo. La enfermera le había dicho que, si en una hora no llegaba el donante, ni siquiera una transfusión tardía serviría. La sangre era rara, difícil de conseguir, y solo Sofía tenía ese tipo.
Se pasó las manos por el rostro, los ojos hinchados, la respiración temblorosa. Quiso convencerse de que había algo más que hacer, pero no quedaba nada. Su voz se quebró cuando se inclinó hacia su madre.
—No va a venir… —dijo en un susurro que apenas se sostuvo en el aire—. No quiere saber nada de nosotras. Le rogué, mamá. Le mandé fotos, mensajes… no le importa. Prefiere dejarte morir antes que volver a vernos.
El cuerpo de Larissa se movió apenas. Ella se encontraba con los labios secos y sus párpados temblaban de manera rápida. Clara le sostuvo la mano, sintiendo el frío de su piel.
—Por