Sofía lo observó con frialdad mientras lo veía recorrerla con la mirada, como si quisiera adivinar más de lo que ella estaba dispuesta a mostrar. Había algo en su postura que la irritaba, como si se creyera con el derecho de indagar en su vida después de todo lo que había pasado.

—Que sea rápido, ¿de qué quieres hablar?

—¿Ese hombre…? —preguntó Martín con voz baja, inclinando un poco la cabeza hacia donde se había marchado Sebastián—. ¿Qué relación tienes con él? ¿Por qué discutían?

Sofía apretó los labios, conteniendo la rabia que le subía por la garganta. Sujetó el cochecito con ambas manos, aferrándose a él como si fuera su única forma de mantener la calma. Evitó mirarlo, porque temía que, si lo hacía, las palabras saldrían convertidas en gritos.

—Eso no es de tu incumbencia, Martín.

Él no se inmutó con la respuesta, al contrario, se quedó pensativo, como si hablara consigo mismo, como si estuviera desmenuzando en voz alta un rompecabezas que solo él entendía o intentaba resolver.