¿SON CIERTAS SUS PALABRAS?

Gracia estaba en su salón de arte cuando, al mirar por la ventana, se sorprendió al ver un camión de mudanzas estacionarse en la villa cercana a su casa. Intrigada, salió justo cuando Fernando llegaba en su auto, detrás del camión.

Mariana bajó del asiento del copiloto con una maleta en la mano. Gracia no pudo contenerse y corrió hacia ellos.

—Fernando, ¿qué es todo esto? —preguntó, señalando cómo descargaban las pertenencias de Mariana.

—Mi amor, ¿cómo estás? —respondió él, dándole un beso rápido en los labios—. He traído a Mariana a vivir en la villa que están alquilando. El doctor nos ha dicho que es un embarazo de alto riesgo, y es importante que estemos pendientes del bebé en todo momento.

—Pero debiste consultarlo conmigo antes. Se supone que ambos tomamos las decisiones sobre nuestro futuro hijo —espetó Gracia, con un tono de reproche, notando que la relación entre su esposo y su secretaria no era tan distante como él había asegurado.

En ese momento, Mariana apareció con una bolsa llena de objetos. Al cruzar la mirada con Fernando, él le sonrió con ternura, como si fuera lo más natural del mundo.

—¿Te ayudo? —preguntó, corriendo hacia ella.

Gracia los observó en silencio unos segundos, luego dio media vuelta y regresó a la mansión.

En los días siguientes, Mariana parecía vivir en la mansión y no en la villa de al lado. Pasaba la mayor parte del tiempo con Fernando, e incluso él la llevaba al trabajo cada mañana.

Una de esas mañanas, Mariana llegó justo a la hora del desayuno.

—Buenos días, qué rico se ve todo. ¿Puedo sentarme a comer? —preguntó con entusiasmo.

Gracia soltó el cubierto, incómoda, mientras Fernando se levantaba para extenderle la silla.

—Claro, ya le pido a Clarisa que te prepare unos huevos —dijo con naturalidad.

Gracia permaneció en silencio. Se limpió la boca con la servilleta y dejó de comer. Fernando, en cambio, continuó como si nada. Minutos después, miró su reloj y se levantó con prisa.

—Tengo que irme, se me hace tarde.

Mariana se levantó enseguida y se plantó frente a él. Con confianza, le arregló la corbata, se puso de puntitas y le dio un beso en la mejilla.

—Que te vaya bien, Fernando.

Gracia abrió la boca, sorprendida, y se levantó de golpe.

—¿Qué les pasa con esas muestras de cariño? ¿Soy invisible o qué? —exclamó, alterada, al ver la escena.

Pero Fernando solo le sonrió, con calma, sin darle importancia.

—Gracia, mi amor, ¿qué pasa? No seas exagerada, no digas esas cosas. Mariana solo se está despidiendo —dijo Fernando, intentando restarle importancia al momento.

—No tiene por qué besarte. Es absurdo —Gracia los miraba a ambos, furiosa.

—Ya sabes, mi amor, Mariana está embarazada. Está un poco sensible, eso la hace más... cariñosa —añadió él, encogiéndose de hombros.

Gracia negó con la cabeza, incrédula.

—Por cierto, mi amor —Fernando se acercó y le dio un beso en la mejilla—, no es necesario que me acompañes esta noche a la subasta. Nos vemos en casa. Adiós.

—Pero, Fernando... —Gracia intentó protestar, pero él ya se marchaba sin mirar atrás.

Una sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios de Mariana. Al notar su expresión, Gracia lo supo de inmediato, algo no estaba bien.

Esa noche, sin decirle nada a Fernando, decidió presentarse en la subasta en secreto.

Cuando comenzó el evento, su corazón dio un vuelco al ver el primer objeto subastado: una reliquia que conocía demasiado bien. Era el collar de oro macizo de su madre, aquel que había desaparecido años atrás, cuando su madrastra, al mudarse a su casa, vendió todas sus pertenencias.

Sin pensarlo dos veces, Gracia levantó su paleta para hacer una oferta.

—¡Mil ofrece la señorita de la pañoleta! ¿Quién da más? —anunció el subastador con entusiasmo.

Al otro lado del salón, otra paleta se alzó, duplicando la oferta. Gracia frunció el ceño. No estaba dispuesta a perder, no otra vez, no ese collar. Lo volvió a intentar, subiendo la puja. Pero el mismo postor respondió de inmediato, elevando aún más la cifra, frustrándola por completo.

Cuando la oferta superó el dinero que llevaba consigo, se levantó decidida. Tenía que ver quién era ese obstinado comprador. Y entonces lo vio.

Sentado junto a su caprichosa secretaria, estaba Fernando. Era él. Él era quien pujaba una y otra vez para quedarse con el collar… para regalárselo a ella.

—Fernando —murmuró Gracia entre dientes, sintiendo que la rabia le subía por el pecho.

Al verla, Fernando se acercó apresurado.

—Gracia, ¿qué haces aquí? Te dije que no vinieras a la subasta.

—¡Claro! Porque iba a venir Mariana. ¿Qué carajos te pasa, Fernando? ¿Y por qué quieres el collar de mi madre? Sabías perfectamente que llevo años buscándolo —soltó ella, furiosa, con los puños apretados.

—Amor… lo olvidé por completo. ¿Cómo iba a recordar que ese era el collar de tu madre? Cariño, por favor, cálmate…

—¡Es el collar de mi madre! ¡Lo quiero conmigo! Puedes tomar el maldito dinero de la cuenta familiar, pero ese collar es mío. No pienso perderlo otra vez. —La voz de Gracia temblaba, pero no de miedo… sino de indignación.

—Gracia, mi amor, debes dejar el pasado atrás. Tu madre ya no está con nosotros, y dudo que se moleste porque Mariana sea quien lleve el collar ahora. Lo único que importa es nuestro hijo, que pronto nacerá.

—No, Fernando. Es una pieza muy valiosa para mí. Tú sabes cuánto he llorado por ese collar. Es lo único que podría haber recuperado de mi madre, no puedes hacerme esto.

—Mi amor, por favor, piensa en nuestro bebé. Las mujeres embarazadas suelen tener antojos y caprichos, y si no se les complacen, podría afectar su salud... incluso la del bebé. Mariana realmente desea ese collar. Me lo pidió como un favor especial. Dice que la haría muy feliz.

—¡Ay, por favor, Fernando! —exclamó Gracia, con un nudo en la garganta.

—Cariño, por el bien de su embarazo... y sobre todo por el de nuestro hijo, deja ese tema así. No vale la pena discutir.

Gracia palideció. Fernando tenía una habilidad natural para manipularla, y si a eso se sumaban las lágrimas falsas que Mariana dejaba caer con aparente humildad, era imposible no sentirse traicionada. Sintió que se rompía por dentro.

—No puedo creerlo, Fernando. ¡Soy tu esposa! Llevamos años juntos... ¿Qué es todo esto? —gritó, finalmente perdió el control y, harta de todo, le dio una bofetada.

Fernando respiró hondo y se pasó una mano por la cara.

—Gracia, por favor, no armes un espectáculo delante de todos. No es necesario. Cálmate y vuelve a casa, ¿sí? —dijo él con frialdad, sin mirarla siquiera, dejándola plantada en medio de la multitud mientras regresaba junto a Mariana.

Todo se le movió bajo los pies. Miró a su esposo alejarse... y por primera vez, lo sintió como un completo extraño. En ese momento lo entendió con claridad desgarradora, ya no era importante en esa relación.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP