Tres años habían pasado desde aquella mañana en que Gracia abrió los ojos en Shanghái, pero ya no despertaba en un hotel, lo hacía en una gran mansión que su esposo había preparado para ellos. El tiempo no solo había curado heridas, también les había regalado una vida nueva.
Ahora eran cuatro. Hope, la pequeña que había llegado a sus vidas en medio del caos, ya corría por los pasillos hablando a gritos en dos idiomas, y junto a ella estaba Gabriel, el segundo hijo que había nacido dos años atrás, como la prueba más viva de que la vida siempre da segundas oportunidades.
La galería de Gracia se había convertido en un referente artístico de la ciudad. Aquella sala que Maximilien le mostró vacía se había llenado de colores, pinceles y visitantes; cuadros colgados en paredes bañadas de luces suaves, coleccionistas de distintas partes del mundo entrando y saliendo, y ella siempre al frente, con una seguridad que años atrás habría creído imposible. Maximilien, por su parte, era uno de los em