Gracia no dejó de llorar en todo el camino a casa. El corazón le dolía como si lo llevara hecho trizas. Fernando, su esposo, el hombre al que amaba, la estaba traicionando… y sabía que no podría perdonarlo.
Al llegar, consumida por la furia y el desconsuelo, comenzó a hacer las maletas. Pero en medio del caos, cayó de rodillas al suelo. Su alma se quebró al recordar todo lo que habían vivido.
Cuando lo conoció, Fernando no tenía nada. Era un emprendedor lleno de sueños, con apenas lo justo para empezar. Y ella, que venía de una familia influyente, con un padre poderoso y un matrimonio arreglado con Maximilien Fuenmayor, decidió apostarlo todo por amor. Incluso decidió huir con Fernando.. Desde entonces, no volvió a tener contacto con su familia.
Con el corazón roto, siguió empacando lo poco que le quedaba de dignidad. Bajó las escaleras con rabia, decidida a irse. Estaba por abrir la puerta cuando esta se abrió desde afuera.
Fernando había llegado… y no venía solo. A su lado estaban sus padres.
—¡Mi amor! Gracia, ¿qué significan esas maletas? —preguntó, aparentemente angustiado.
—¡Descarado! Me largo de esta casa. No quiero volver a saber nada de ti. Hablaré con mis abogados para que se encarguen del divorcio —espetó Gracia, con la voz rota pero firme. Intentó abrir la puerta, pero Fernando la detuvo de nuevo.
—Por favor, mi amor, te dije que todo tiene una explicación. Cálmate… no es lo que crees.
—¡No lo creo, Fernando, lo vi con mis propios ojos!
Marlene, su suegra, se acercó con esa dulzura falsa que siempre la había incomodado. Le tomó los brazos con suavidad y trató de contenerla.
—Sé cómo te sientes, cariño… pero escucha a mi hijo. Fernando tiene una explicación que puede darte tranquilidad. A veces, como mujeres, tendemos a pensar lo peor… pero por favor, escúchalo.
Gracia soltó la maleta con rabia y se dejó caer en el sofá de la sala. Se tomó la cabeza entre las manos, tratando de entender cómo había llegado a ese punto.
Fernando se acercó con cautela, se sentó a su lado y habló en voz baja, tratando de no herirla más.
—Gracia, Mariana siempre ha estado enamorada de mí… desde que la contratamos como secretaria.
Gracia se quedó en silencio, apenas mirándolo a los ojos.
—Es verdad. La rechacé muchas veces. Pero… ¿recuerdas la fiesta que hicimos para los empleados? Esa noche, Mariana puso algo en mi bebida. No recuerdo nada después de eso. Quedé completamente inconsciente.
—¿De qué estás hablando, Fernando?
Fernando bajó la mirada, cargado de culpa y remordimiento.
—Esa noche… me acosté con ella. Pero te juro, mi amor, yo no sabía lo que hacía, estaba inconsciente ¡Todo fue un error!
Marlene asintió en silencio, apoyando con el gesto cada palabra de su hijo.
—¿Y de verdad esperas que te crea? —Gracia lo miró con asco.
—Sí, mi amor… porque no siento nada por ella. Nada. Lo único que me importa eres tú.Solo que nunca imaginé que ella quedaría embarazada. ¡Va a tener un hijo mío!Amor… llevamos años intentándolo. Ni siquiera con la fecundación in vitro funcionó. Tal vez… Esta es la oportunidad que tanto esperábamos. Te lo juro, apenas nazca el bebé, lo criaremos nosotros, Mariana no es más que un vientre de alquiler. Voy a echar a Mariana del país. ¡Nunca más tendrás que verla!
Las palabras de Fernando sonaban frías, casi mecánicas, como si lo hubiera ensayado todo. A Gracia le costaba creer que ese hombre fuera el mismo al que amó tanto.
—¡No! ¡Esto es una locura! No puedes estar hablando en serio. Esa mujer… no puede tener un hijo contigo. ¡Ese bebé no debe nacer!
Marlene se acercó con gesto conciliador, intentando calmarla.
—Gracia, por favor… estamos hablando de una vida inocente —suplicó Marlene—. Un niño que viene a este mundo para alegrarnos. ¿Acaso quieres obligar a Mariana a abortar? Vaya, no sabía que teníamos un asesino en la familia. ¡Me vas a sacar de quicio...! —Marlene se llevó la mano a la frente, fingiendo que estaba a punto de desmayarse.
Gracia no podía comprender lo que estaba escuchando. Seguía en shock, mirando a todos con incredulidad. Entonces, George, el padre de Fernando, se acercó con un tono solemne.
—Ese bebé es un Fuenmayor. Lleva nuestra sangre, no podemos darle la espalda ahora. Tú puedes ser su madre, Gracia. Podrás cumplir tu sueño. ¿Te imaginas la dicha de tenerlo entre tus brazos?
Gracia se mordió el labio inferior, conteniendo el llanto, y negó con la cabeza, temblando.
—No sé… no sé si esto es lo correcto —murmuró antes de romper en sollozos.
Fernando se acercó con suavidad, le tomó la mano y con la otra levantó su rostro.
—Escúchame, mi amor —dijo convencido de que ella lo amaba. — Por favor… acepta esta oportunidad. Podemos ser una familia, completa, como siempre lo soñamos.
Sus ojos la observaban, llenos de súplica. Y de pronto, algo en su interior se quebró… o quizá se aferró con fuerza a lo poco que aún quedaba del amor que sentía por él. Sonrió débilmente, cargada de nostalgia.
—Está bien… acepto ser la madre de ese niño —susurró, aunque una inquietud profunda se enredaba en su corazón.
Fernando sonrió con alivio, la abrazó con fuerza y la colmó de besos mientras le pedía perdón una y otra vez.
—Te juro que todo volverá a ser como antes. Seremos el mismo matrimonio de siempre, te lo prometo.
Gracia asintió, conmovida, aferrada a una ilusión.
—Vamos a ser felices, mi amor. Con nuestro hijo. Tú eres y serás siempre el amor de mi vida —le susurró Fernando al oído.