Lo ocurrido en la subasta fue el declive de todo para Gracia, en casa, miró todo a su alrededor y comenzó a cuestionarse si en realidad tantos años habían valido la pena, inclusive, si había valido la pena huir con él, dejando hasta su familia atrás.
Frustrada, se levantó de golpe de la cama y comenzó a caminar de un lado a otro por la habitación. La situación se le estaba yendo de las manos. Había un acuerdo con Fernando, pero él parecía ignorarlo por completo.
¿Acaso su esposo mantenía una relación con su secretaria, escondiéndose detrás del embarazo para justificarlo? El pensamiento le caló hondo, la desesperación la invadió.
Aquella mañana tomó una decisión. Se arregló como siempre, con esa elegancia discreta que la caracterizaba, y fue hasta la sala de estar. Se quedó inmóvil frente a la gran imagen colgada en la pared. Verla ahí, tan presente, le dolía más que nunca. Su esposo ya no era el mismo, y esa pintura se sentía como una mentira colgante en medio de su casa.
Gracia lo contempló una última vez antes de bajarlo. Cerró los ojos y respiró hondo. Ese cuadro era su obra más preciada, un retrato de Fernando en su juventud. Cada trazo había sido hecho con amor, con ternura, con la ilusión de una mujer enamorada.
¿Cómo no amarlo en ese entonces? En aquella época, Fernando atravesaba sus peores momentos, y ella, en silencio, había vendido ese cuadro para ayudarlo económicamente. Cuando él se enteró, se juró a sí mismo que un día recuperaría ese cuadro. Y así lo hizo. Años después, con algo de estabilidad y dinero, volvió a casa con este en brazos, lo colgó en la pared principal y lo cuidó como si fuera un tesoro.
Pero esa mañana, Gracia sabía que ese cuadro ya no merecía ese lugar. Lo llevó a una exposición de arte que se celebraba en la ciudad. Algunos de los asistentes la conocían, sabían la historia detrás de esa obra, y se sorprendieron al verla exhibida. Después de todo, Gracia siempre había dicho que jamás lo vendería.
Muchos se acercaron a preguntarle las razones de su inesperada decisión, pero Gracia solo respondió con una leve sonrisa, argumentando que lo hacía por una buena causa, los fondos recaudados serían donados íntegramente a la caridad. No quiso dar más explicaciones.
—Tiene talento —dijo una voz grave a su espalda, captando de inmediato su atención.
Gracia se giró con natural elegancia y lo observó. Frente a ella, un hombre alto, de presencia imponente, traje perfectamente entallado y una mirada que destilaba misterio. Sus facciones eran marcadas, su porte elegante, y su expresión tan fría como el hielo.
—Gracias, señor —respondió, midiendo sus palabras.
—Me llevaré el cuadro. Encárguese de que lo empaquen —ordenó él sin vacilar.
Gracia lo miró con detenimiento, intrigada.
—¿Está al tanto del precio?
—Me lo llevo —repitió él con la misma firmeza, sin molestarse en preguntar cifras, sin mostrar la menor sorpresa ante el elevado valor de la obra.
Pero no fue su seguridad ni su despreocupación por el dinero lo que más la impactó. Fue su mirada oscura y profunda. Había algo en sus ojos que Gracia no pudo descifrar de inmediato.
De regreso a casa, mientras conducía, Gracia recibió un mensaje de Mariana. Golpeó con fuerza el volante, presa de la frustración, pero no pudo resistirse a abrirlo. Las imágenes eran devastadoras. Mariana llevaba un hermoso vestido blanco, y Fernando un elegante traje de novio. Estaban tomados de la mano frente a una iglesia, radiantes, como una pareja de enamorados.
—¡Mierda! —maldijo al leer el mensaje.
«Fernando me ama de verdad. Contigo solo tiene un compromiso, una simple responsabilidad por los años de matrimonio. Pero yo soy su verdadero amor.».
Sus ojos se nublaron, y soltó el volante sin darse cuenta de que el semáforo había cambiado. El accidente fue inevitable.
Un pitido ensordecedor llenaba sus oídos. Apenas podía mover la cabeza, aturdida, mientras un hombre bajaba del otro auto y se acercaba furioso.
—¡Estás loca! ¡Mira lo que hiciste con mi carro! ¿Estás borracha o qué?
Gracia luchaba por mantenerse consciente. Todo le daba vueltas, con esfuerzo, tomó su teléfono y marcó el número de Fernando para pedir ayuda.
La llamada se conectó.
—Fernando... ¿Fernando, estás ahí? —preguntó con desesperación.
Pero la línea se cortó. Volvió a marcar. Esta vez, el teléfono sonaba apagado.
—Fernando...
Se mordió los labios, consciente de que estaba a punto de desvanecerse. Con los últimos destellos de lucidez, sus dedos temblorosos marcaron el número de emergencias. Alcanzó a balbucear un pedido de ayuda justo antes de quedar completamente inconsciente.
***
Mientras tanto, Mariana tenía el telefono de Fernando en la mano, su expresión era fría y calculadora.
—Mariana ¿Quién estaba llamando?
—Nadie. —ella dejó el telefono sobre la mesa. Fernando lo encendió y se dio cuenta de que había contestado una llamada de Gracia.
¿Será que a Gracia le pasó algo? pensó Fernando con preocupación, sintiendo un mal presentimiento en el fondo de su pecho.
Pero Mariana se acercó a él, le arrebató el celular de las manos y lo apagó sin dudar.
—Fernando, tú me prometiste que este día sería solamente para los dos. —le hizo un puchero y él, le dio un golpecito cariñoso en la nariz y decidió concentrarse en la mujer que llevaba a su hijo en el vientre, dejando de lado la inquietud que sentía por Gracia.