Por primera vez desde que trabajaba en la compañía de su hermana, Lauren llegó temprano. El silencio de los pasillos la envolvía, un silencio que se sentía como un juicio. Caminaba con pasos firmes, pero en realidad estaba al borde de derrumbarse. Todos sus planes habían fracasado: sus trampas, las intrigas, las mentiras… nada había funcionado. Y ahí estaba Gracia, más fuerte que nunca, protegida, amada, disfrutando de todo lo que ella alguna vez soñó.
El ascensor se abrió en el último piso. Lauren apretó los labios al ver la puerta con el rótulo dorado: “Presidencia – Gracia Sanclemente”. La envidia le quemó el pecho. Abrió la puerta sin pensar.
La oficina estaba impecable, como siempre. El aroma a flores frescas la recibió, mezclado con un dejo de pintura al óleo que su hermana siempre llevaba impregnado. Lauren avanzó hasta el sillón de cuero, el trono de Gracia, y se dejó caer sobre este con un suspiro cargado de odio.
Apoyó las manos en el escritorio, recorriendo con los dedos la