Por fin Maximilien estaba fuera del hospital. Gracia no se lo podía creer. Caminaba de su mano por los pasillos que algún día recorrió sola, y se sentía la mujer más feliz del mundo. Él estaba más delgado, su andar era lento, pero sus dedos entrelazados con los de ella eran reales, y ella los apretaba con fuerza para ayudar a sostenerlo.
—¿Estás cansado? —le preguntó en voz baja, casi temiendo que todo fuera un sueño.
—Un poco... pero nada me detendrá de llegar a casa —respondió él con una leve sonrisa, mirándola con esos ojos que había extrañado tanto.
El auto esperaba en la entrada principal. Al salir, una ráfaga de aire tibio acarició sus rostros. Maximilien cerró los ojos por un instante, respirando hondo, ni siquiera él mismo podía creer que estaba vivo después de tantos meses en coma. Gracia lo observaba, conmovida por cada gesto, por la calma que reflejaba, por esa forma suya de resistirlo todo sin perder su esencia.
—Estoy vivo gracias a ti —murmuró de repente, sin mirarla. —