Gracia despertó sobresaltada. Por un instante no supo dónde estaba, hasta que reconoció la habitación de la mansión. Sin embargo, la cama a su lado estaba vacía.
Se incorporó de inmediato, aún incrédula. ¿Había sido solo un sueño? Antes de que pudiera ponerse las pantuflas, el aroma a café caliente y omelette recién hecho llenó el aire.
Maximilien apareció en el umbral, avanzando con pasos pausados y un ligero temblor en las manos. Llevaba una bandeja con el desayuno y una rosa solitaria en un improvisado florero.
—¿A dónde crees que vas tan rápido? —preguntó con una sonrisa suave.
Gracia se llevó una mano al pecho y, aliviada, volvió a sentarse.
—Estás aquí… amor, estás aquí.
—Claro que sí. ¿Dónde más iba a estar? Ven, preciosa, es hora del desayuno.
Se sentó torpemente a su lado y colocó la bandeja sobre sus piernas.
—¿Vas a darme de comer tú? —preguntó ella, juguetona.
—Por supuesto. Después de todo lo que pasó, mereces que te consientan un poco. A ver, abre esa boquita.
Con ternura