Por fin había llegado el día del bautizo. Maximilien estaba nervioso, mirando a todos lados como si esperara que algo irrumpiera en cualquier instante. Gracia lo notó, arqueó una ceja y estuvo a punto de preguntarle qué le ocurría, pero Pandora, sonriente, la tomó del brazo y la arrastró hacia el altar.
—Vamos, Gracia. Hoy es el día de tu hija, no de tus preocupaciones —susurró, animándola a sonreír.
Ella obedeció. Durante la ceremonia, Hope durmió plácidamente en brazos de su madre, mientras el sacerdote pronunciaba las palabras sagradas. Los padrinos, Pandora y Caleb, se mostraban felices y orgullosos, intercambiando miradas cómplices. A simple vista, todo parecía perfecto, pero en la rigidez del rostro de Maximilien todavía se mostraba la preocupación que lo había embargado los últimos días, y que decidió no compartirla con su esposa, porque hasta ese momento, no tenía seguridad de nada.
Al terminar, un pequeño grupo de invitados se trasladó a la mansión. No había multitudes ni pro