MALOSENTENDIDOS.
Maximilien salió de la mansión con el corazón en un puño. Había decidido ir hasta la comisaría para presionar de nuevo al comisario. Necesitaba garantías, respuestas, cualquier cosa que le devolviera un poco de paz. A Gracia no le había contado nada sobre los correos ni las fotos; la sola idea de verla preocupada lo desarmaba.
Su chofer lo esperaba en el auto. Se subió al asiento trasero y dejó caer la cabeza contra el cuero frío. Cerró los ojos unos segundos. Clara había insistido en acompañarlo, pero él prefirió ir solo. Aún no sabía que esa decisión lo arrastraría a la peor trampa de su vida.
El hombre que viajaba en el asiento delantero no era cualquiera: Ernesto, uno de los nuevos empleados de seguridad que había llegado recomendado semanas atrás, supuestamente de confianza. Maximilien lo había pasado por alto en varias ocasiones, sin imaginar que era la grieta que Fernando había abierto dentro de sus muros.
—Joaquín, vamos a la comisaria.
—Si señor. —respondió el hombre y condu