La luz de la tarde se filtraba entre los cristales del invernadero, tiñendo las hojas con tonos dorados.
James estaba allí, de pie junto a una mesa de jardinería, cuando Isabelle entró.
Al verla, se dio la vuelta de inmediato, como si el aire se volviera más denso con su presencia.
—James —gritó ella, dando unos pasos hacia él.
Él se detuvo, sin girar.
—No puedes seguir ignorándome.
—Claro que puedo —respondió, sin emoción.
Isabelle se acercó más.
—No deberías estar así.
Anoche tú estuviste coqueteando con Sophie toda la cena.
James se giró lentamente, con los ojos encendidos.
—¿Y quién empezó el juego, Isabelle?
Tú y Noah.
Desde el primer momento.
—Sophie te besó.
—Exacto.
Ella me besó.
No fui yo quien lo hizo.
Isabelle apretó la mandíbula.
—Pero no la detuviste.
James dio un paso hacia ella.
—No.
No lo hice.
Pero al menos yo no me metí en su cama.
Isabelle se quedó en silencio.
No supo qué contestar.
Porque no había defen