La luz de la mañana se filtraba tímidamente por las cortinas del hotel.
Noah ya estaba despierto, sentado en el sofá con una toalla enredada en las caderas y el teléfono en la mano.
Su expresión era tranquila, como si la noche anterior no pesara en absoluto.
Un golpe suave en la puerta hizo que Isabelle se removiera entre las sábanas.
Abrió los ojos lentamente y se incorporó.
—¿Quién será? —preguntó, con voz aún adormecida.
Noah se levantó.
—Le pedí a Evan que nos trajera ropa.
Debe ser él.
Abrió la puerta y recibió una bolsa de ropa de manos de Evan, su mejor amigo y socio en The Moore Group.
—Los espero en el auto —dijo Evan, con una sonrisa cómplice.
—Perfecto. Dame diez minutos —respondió Noah, cerrando la puerta.
Comenzaron a vestirse.
Isabelle revisó la bolsa y frunció el ceño.
—Olvidó una camiseta para mí.
Noah, ya abrochando su camisa, se giró hacia ella.
—Usa la mía.
Te queda mejor que a mí.
Isabelle suspiró, resignada.
Tomó la camisa blanca de Noah