La biblioteca olía a madera antigua y whisky caro.
James aún sostenía el vaso cuando escuchó el sonido leve de tacones acercándose.
Isabelle apareció en el umbral, con un gesto curioso.
—¿Puedo pasar?
James asintió, sin moverse de su sillón.
—Claro.
Ella avanzó, mirando de reojo el vaso en su mano.
—¿Otra vez bebiendo? No deberías
—Lo sé, pero digamos que estoy… celebrando una visita.
Isabelle ladeó la cabeza.
—¿De quién?
James la sostuvo la mirada, lento, calculado.
—De uno de tus admiradores.
El comentario la dejó inmóvil por un instante.
—¿Y eso qué significa?
Él se encogió de hombros, bebiendo un sorbo.
—Nada… todavía.
Ella avanzó dudosa, deteniéndose a un par de metros.
—Te noté… distinto en la cena.
Él giró el vaso entre los dedos, sin dejar de mirarla.
—Quizá porque me pasé la cena viendo como reías tan a gusto con él.
—Noah es mi esposo —replicó, con un tono que intentaba ser firme.
James se inclinó hacia adelante, apoyando los codo