La habitación seguía sin ventanas.
El mármol oscuro, el silencio, el perfume caro.
Isabelle y Celeste estaban sentadas, atadas, con las marcas del día anterior aún visibles en sus rostros.
La mujer entró con paso firme.
Vestida de blanco, con el cabello recogido y una sonrisa que no tocaba sus ojos.
—Hoy vamos a grabar —dijo, como si anunciara una sesión fotográfica—.
Un mensaje para James y Noah.
Ustedes les pedirán que renuncien a Caerwyn.
Isabelle la miró con desprecio.
—No lo haré.
Celeste asintió.
—Ni yo.
La mujer suspiró, como si estuviera decepcionada.
—Qué lástima.
Pensé que entenderían lo que está en juego.
Hizo una seña.
Dos hombres se acercaron.
Uno golpeó a Isabelle sin previo aviso.
El otro sujetó a Celeste por el cabello y la empujó contra la pared.
Isabelle escupió sangre.
Celeste cerró los ojos, conteniendo el dolor.
—¿Van a cooperar? —preguntó la mujer, con voz suave.
Isabelle la sostuvo con la mirada.
—Haz lo que quieras.
Pero no vo