En sus respectivas oficinas, James y Noah movían cielo y tierra para encontrar a las mujeres que amaban.
Ambos sabían que el tiempo no estaba de su lado.
Y que el enemigo, quien fuera, conocía sus debilidades con precisión quirúrgica.
James estaba revisando informes de rastreo cuando su teléfono sonó.
El nombre en la pantalla lo hizo detenerse.
**Noah.**
Dudó.
Pero respondió.
—¿Qué quieres?
—¿Estás jugando conmigo? —dijo Noah, sin preámbulos.
James frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Celeste está desaparecida —respondió Noah, con la voz tensa.
—¿Y me estás culpando a mí?
—No me sorprendería.
Siempre buscando cómo desestabilizarme.
James se apoyó en el escritorio, con la mirada fija en la pantalla.
—Entonces te preocupa más Celeste que tu esposa.
Noah se encendió.
—Isabelle está bien.
Me escribió esta mañana.
Dijo que iba a Francia, a visitar a Camille y Lucie.
James soltó una risa seca.
—Pues esa no es la información que yo te