La oficina de James estaba perfumada con silencio y madera de ébano. El cielo de York caía como una pintura fría detrás de los ventanales, mientras Celeste se mantenía de pie frente al escritorio, impecable. Su chaqueta color vino contrastaba con el gris sobrio del lugar. Había llegado sin anunciarse. James la había recibido sin emoción.
—No era necesario todo esto —dijo él, sin levantar la vista del documento que fingía revisar.
—James… —Celeste caminó despacio, dejando su cartera sobre el sillón de lectura—. No se trata solo de ustedes dos. Es una celebración familiar. Y lo querías, aunque no lo admitas.
James dejó el papel sobre el escritorio con delicadeza.
—¿Desde cuándo sabes lo que quiero?
Ella no respondió enseguida, pero su sonrisa fue ligera, casi suave.
—Desde que aprendí a descifrarte. Además, si Noah va… irá Isabelle. Y eso ya es algo.
Hubo un silencio que pesó más que cualquier argumento.
James se inclinó hacia atrás en su silla, mirando el techo como si