Isabelle encontró a Lucie y Camille en uno de los salones laterales, sentadas en los sillones con copas de vino y risas suaves. Al verla acercarse, ambas se enderezaron con curiosidad.
—¿Y esa cara? —preguntó Lucie, divertida.
—Tengo noticias —dijo Isabelle, sin poder ocultar la emoción—. Ya tenemos lugar para la boda.
Camille se incorporó, entusiasmada.
—¿Dónde?
—En el Club Altavista —respondió Isabelle—. Jardines, luces cálidas, privacidad… todo lo que soñaba.
Lucie aplaudió en silencio.
—Perfecto. Es elegante sin ser pretencioso. Te va.
En ese momento, Celeste pasó cerca. Camille la llamó con una sonrisa.
—¡Celeste! Ven, estamos hablando de bodas.
Celeste se detuvo, algo tímida, pero se acercó.
—¿Seguro no interrumpo?
—Para nada —dijo Isabelle—. Tú también estás comprometida. Ven, siéntate.
Celeste se unió a ellas, y pronto las cuatro estaban hablando de vestidos, flores, música, y los nervios que acompañan a cada decisión.
—Yo aún no sé si quiero velo —