La puerta se abrió suavemente, y Leah entró con pasos ligeros, como si aún flotara en la emoción del día. Isabelle la esperaba en el recibidor, con una sonrisa que se le escapaba antes de poder contenerla.
—¿Cómo te fue, amor? —preguntó, agachándose un poco para recibirla.
Leah se lanzó a sus brazos sin pensarlo.
—¡Muy bien! James me llevó al parque, comimos helado, y me contó cosas de cuando era niño. Me hizo reír mucho.
Isabelle acarició su cabello con ternura.
—Me alegra tanto que lo hayas disfrutado.
Leah se separó apenas, con los ojos brillantes.
—Ojalá pueda volver a verlo algún día.
Isabelle le sostuvo la mirada, y aunque su sonrisa no se desvaneció, hubo una sombra de pensamiento detrás de sus ojos.
—Tal vez sí, Leah. Tal vez muy pronto.
Más tarde, ya en casa, la noche se había asentado como un suspiro sobre las paredes. Isabelle apagó la lámpara del cuarto, y se acomodó entre sus hijos. Leah ya respiraba con el ritmo lento del sueño, pero Alex aún tenía lo