Dos meses después, la transformación de Isabelle era evidente. Su vientre había crecido con rapidez, como si los dos pequeños que llevaba dentro se negaran a pasar desapercibidos. Camille, Lucie y Adrien se habían vuelto expertos en logística emocional: cada vez que Jonathan anunciaba una visita, se aseguraban de que Isabelle no estuviera presente, o que si lo estaba, fuera de espaldas, a distancia, envuelta en abrigos que disimulaban lo imposible.
Aquella mañana, Jonathan llegó sin previo aviso. Vivianne lo recibió en el salón principal, con la serenidad que había aprendido a dominar.
—No estaré viniendo tan seguido —dijo Jonathan, mientras se servía un café—. Tal vez una vez al año. Me trasladare a otro continente. Será por varios años. No puedo estar viajando constantemente.
Vivianne asintió, sin mostrar emoción.
—Entiendo.
Jonathan la miró con intención.
—Confío en ti para mantener todo en orden. Especialmente con Isabelle. No quiero que regrese a York. Si lo intenta…