Tres meses habían pasado desde aquel día en el laboratorio. El invierno comenzaba a ceder, y Bergen mostraba sus primeros brotes de primavera. En la mansión, la rutina se había vuelto casi familiar. Isabelle aún no mostraba señales visibles de embarazo, pero sus náuseas habían desaparecido, y entre Camille, Lucie y Adrien se aseguraban de que comiera lo más sano posible. Cada desayuno era una pequeña ceremonia de cuidado.
Esa mañana, Isabelle se encontraba frente al espejo, como lo hacía cada día. Observaba su vientre plano, buscando algún indicio, alguna señal de que algo estaba cambiando.
Lucie pasó por la puerta entreabierta, la vio y sonrió.
—Sabes que cuando esa barriga empiece a crecer… el espejo va a venir a ti. No vas a necesitar buscarlo.
Isabelle soltó una risa suave, se giró y se sentó junto a ella en el borde de la cama.
—¿Qué crees que estarán haciendo James y Noah ahora?
Lucie se encogió de hombros, pensativa.
—Espero que se estén portando bien. Aunque cono