El Bar estaba iluminado con tonos dorados y ámbar, un refugio de lujo donde las copas parecían joyas y la música era apenas un susurro elegante. Isabelle sostenía un martini, removiéndolo con lentitud, mientras Camille la observaba con una mezcla de curiosidad y picardía.
—¿Así que… en su oficina, sobre el escritorio? —Camille sonrió de medio lado, disfrutando cada detalle.
Isabelle exhaló, llevándose la copa a los labios.
—No es gracioso, Camille. No puedo trabajar así… con él mirándome como si… —se interrumpió, buscando las palabras— como si fuéramos a romper cualquier límite en cualquier momento.
Camille rio suavemente.
—Pues te informo que esa mirada de *"vamos a romper límites"* es la más peligrosa… y la más difícil de resistir.
Isabelle negó, aunque una sonrisa breve la traicionó.
—Si vuelvo a provocarlo o a ceder... Camille su padre casi nos descubre, es peligroso.
—Entonces… —Camille se inclinó hacia ella, en tono cómplice— no cedas. O hazlo y luego me lo cuen