Dentro de la mansión, la luz cálida del vestíbulo contrastaba con el aire denso que había quedado atrás en el jardín. Isabelle soltó la mano de Noah apenas cruzaron la puerta, como si el contacto hubiera sido solo una necesidad momentánea, no una declaración.
—No deberías hacer eso —dijo ella, sin mirarlo directamente.
Noah frunció el ceño.
—¿Tomarte la mano?
—Hacerlo frente a él. No sé si lo hiciste por mí… o por él.
Noah se detuvo, como si la frase lo hubiera desarmado. Isabelle siguió caminando hacia la sala, sin esperar respuesta.
En otro rincón de la casa, James se había refugiado en la biblioteca, rodeado de libros que no pensaba leer. Camille lo encontró allí, sentado en el sillón de terciopelo, con la mirada perdida en la chimenea apagada.
—¿Vienes a leerme la mente otra vez? —preguntó él, sin levantar la vista.
Camille se apoyó en el marco de la puerta, juguetona.
—No hace falta. Tu silencio grita más que tus palabras.
James suspiró.
—¿Crees que ella aún