El lago, quieto y brillante bajo el sol de la tarde, parecía un espejo roto por el leve movimiento del agua.
Isabelle estaba de pie a unos pasos de la orilla, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el reflejo. Desde que amaneció, no podía sacarse de la cabeza las preguntas que James le había hecho en la mañana.
¿Sabía ya algo? ¿Había descubierto lo que su padre había hecho aquella noche… o incluso algo peor?
No tuvo mucho tiempo para responderse.
—Vaya, la señora Moore… —la voz cargada de sarcasmo de Miranda rompió su burbuja—. Siempre tan… disponible.
Isabelle giró apenas el rostro.
—¿Qué quieres, Miranda?
—Solo un consejo —respondió la gemela, acercándose con una sonrisa falsa—. Deberías dejar de rondar a Noah. No es sano.
Ni para él… ni para ti.
—No estoy “rondando” a nadie —replicó Isabelle, ya cansada del juego.
—Claro —dijo Miranda, deteniéndose a un paso—. Entonces no te importará si te facilito las cosas para… mantener la distancia.
Antes de que I