El salón de eventos seguía vibrando con música y copas que tintineaban, pero James ya no estaba allí.
Desde su mesa, Isabelle lo vio levantarse con el teléfono en la mano, el rostro tenso, la mirada fija en el suelo mientras salía sin despedirse.
Noah no lo notó. Adrien sí.
—
**York – Instalación privada, zona industrial**
El lugar era discreto, alejado del centro, rodeado de muros altos y cámaras ocultas.
Damián esperaba junto a la puerta, con el rostro serio.
—La tenemos —dijo, sin rodeos—. Entró por una red secundaria. No estaba sola, pero los otros escaparon.
James asintió, sin detenerse.
—¿Está hablando?
—Solo con sarcasmo. Pero quiere verte.
James entró.
Astrid estaba sentada en una silla metálica, las manos cruzadas sobre el regazo, el cabello recogido con precisión.
Sonrió al verlo.
—James Moore.
Siempre tan puntual cuando se trata de proteger lo que cree suyo.
James no respondió. Se acercó, sin sentarse.
—¿Qué querías? ¿Dinero? ¿Venganza?