La tarde en la Mansión Moore parecía tranquila, pero el ambiente cambió en cuanto el eco de la puerta principal se dejó oír. Isabelle, en la biblioteca, levantó la vista de los documentos que revisaba justo cuando la voz de Camille rompió el silencio:
—Espero que no te moleste que haya traído compañía.
Entró Adrien Beaumont, impecable como siempre. Camisa blanca abierta en el cuello, pantalón gris claro, y esa seguridad en su andar que lo hacía parecer dueño del lugar aunque no lo fuera.
—Isabelle —saludó con una sonrisa calculada—. No pensé que nos veríamos tan pronto.
Ella parpadeó, sorprendida.
—Yo tampoco.
—Nos encontramos en el centro —explicó Camille, dejando unas bolsas sobre la mesa—. Le dije que pasara, que quizá podía ayudar con la donación del fin de semana. Adrien conoce a varios de los organizadores.
—Un placer… de nuevo —añadió él, con una ligera inclinación de cabeza.
La palabra “de nuevo” no pasó desapercibida. Isabelle recordaba perfectamente aquella n