La mañana siguiente, la luz dorada entraba a raudales por las amplias ventanas de Hartley Enterprises. Isabelle subió por el ascensor privado hasta la oficina de su padre, con el paso firme de quien no quiere parecer nerviosa… aunque lo esté.
Jonathan estaba revisando unos documentos cuando ella entró.
—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó Isabelle, cerrando la puerta tras de sí.
—Siempre tienes un momento conmigo, hija —respondió él, sin levantar del todo la vista.
—Quiero que me digas qué pasó aquella noche… en el invernadero. —La voz de Isabelle era controlada, pero tensa—. Tú dijiste que te encargarías.
Jonathan apoyó la pluma y la miró con calma.
—Me encargué, como te dije.
—James cree que yo… que elegí a Noah —continuó Isabelle, sin apartar los ojos de su padre—. Y quiero saber por qué cree eso.
Él sonrió de forma apenas perceptible.
—Porque, en cierto modo, así fue.
Isabelle frunció el ceño.
—No es cierto.
—Isabelle… hay cosas que es mejor que no