El sonido de los tacones de Isabelle resonaba en el suelo de mármol, acompasado al paso más lento de Noah, que todavía la sostenía por los hombros.
—No hacía falta que intervinieras —dijo ella en voz baja, sin mirarlo.
—Claro que hacía falta —replicó Noah, con una sonrisa torcida—. Si no lo hago, James habría seguido acosándote con esa cara de mártir que se gasta.
—No lo llames así.
—Entonces deja de defenderlo —respondió él, sin perder el tono despreocupado—. Está claro que no puede manejar que estemos casados.
Llegaron frente a la puerta de la habitación de Isabelle, pero Noah no se detuvo. Empujó suavemente la puerta y, antes de que ella pudiera reaccionar, la guio hacia el interior.
—Noah… —su voz sonó como una advertencia.
—Relájate —susurró, cerrando la puerta detrás de ellos—. Solo pensé que… —sus manos rozaron lentamente sus brazos— si vamos a estar atrapados el uno con el otro, al menos podemos aprovecharlo.
—Aprovecharlo… —repitió ella, en un susurro que no s